La preparación académica, desdeñada en sociedades corruptas
En el México de personas corruptas que se llenan la boca hablando de transparencia, parecen tener el mando las palancas, la marrullería, la visceralidad y la danza de intereses.
A querer o no, somos producto de las enseñanzas de nuestros padres; derivadas éstas de lo que aprendieron dentro de un sistema y de un modelo de vida que parecen ya no vigentes para estos confusos y arrolladores tiempos; para estas sociedades corruptas.
La gran mayoría de quienes nacimos hace cincuenta, sesenta o setenta años asumimos varios supuestos:
Uno, que la preparación académica garantiza una mejor calidad de vida.
Dos, que sólo la gente más inteligente puede acceder a puestos directivos.
Tres, que las becas son para personas realmente esforzadas y destacadas.
Todo esto quedaba dentro de una misma cosmovisión donde se privilegiaba a la mera cultura del esfuerzo.
Respecto al primer planteamiento, cada vez más comprobamos, que hoy se puede tener licenciatura, maestría y doctorado… y estar desempleado.
Respecto a que los inteligentes merecen los puestos directivos, ya vimos que incluso las direcciones educativas pueden ser ocupadas por personas con más trayectoria política que académica. Ahora se ajustan las normas para que calcen con los perfiles elegidos a capricho… y no al revés.
Respecto al merecimiento de becas, ahora ellas son usadas más con fines electoreros que altruistas.
Hoy, la preparación académica es fuertemente desdeñada en sociedades pervertidas.
En el México de personas corruptas que se llenan la boca hablando de transparencia, parecen tener el mando las palancas, la marrullería, la visceralidad y la danza de intereses. La preparación y el eficaz cumplimiento de metas merman su importancia frente a los marrulleros que llegan a tener poder.
¿Qué caso tiene, entonces, exigir a nuestros hijos que estudien mucho, que se esmeren a la hora de hacer sus tareas escolares, que no copien, que sepan trabajar en equipo? ¿Qué caso tiene exigirles que sean hombres y mujeres íntegros, cabales… si a la vuelta de la esquina los rebasarán sinvergüenzas?
¿Qué caso tiene exigirles que terminen una carrera universitaria, que concluyan una maestría, que ahorren y paguen un doctorado… si puede ser su jefe alguien que, además de no haber cursado estudios formales, es experto en truculencias y corrupción?
Estas sociedades corruptas van perdiendo la práctica de valores al tiempo que se difunde la prédica de esos mismos valores. Desaparecen de la realidad para terminar plasmadas en grandes carteles de autoengaño colectivo.
En medio de las estrategias de difusión de institucionalidad, poco a poco desaparecen la hermandad, la solidaridad y la justicia.
El mundo, éste que dejamos a nuestros hijos, padece un egoísmo atroz. Cabalga sobre sociedades permisivas, que ostentan estandartes de buena voluntad, mismos que tienen a la venta.
¿Cuál es el sentido de transmitir educación para vivir en medio de una sociedad justa que ya no existe, que ya no es la misma?
Hoy debemos partimos los brazos en medio de estupidez, mediocridad y barbajanería. Nos queda continuar avanzando en medio de ruina, burla y soberbia que malgobiernan destinos colectivos. Nos queda persistir en medio de mentiras, saña y necedades.
En medio de este cambio de tablero, debemos mostrar la fuerza de nuestra capacidad de adaptación. En medio de truhanes, hipócritas, traidores y fantoches, nos vemos obligados a rebasar sin perder lo mejor que dejaron en nuestra formación.
En medio de envidia, avaricia y pereza, muchos preferimos honrar los valores inculcados y con ellos avanzar, a pesar de grupúsculos, gañanes y mequetrefes rotundamente vacíos.