La misión

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

El Covid-19 lleva 12 semanas entre nosotros y amenaza con quedarse durante una larga temporada. Nadie le ha pedido pasaporte, ni visa, ni cartas de recomendación… Ingresó a casa y se paseó por ella como un desconocido y sigue como tal. Avisó antes de su llegada pero no le creímos; aún sigue habiendo gente que … Leer más

El Covid-19 lleva 12 semanas entre nosotros y amenaza con quedarse durante una larga temporada. Nadie le ha pedido pasaporte, ni visa, ni cartas de recomendación… Ingresó a casa y se paseó por ella como un desconocido y sigue como tal. Avisó antes de su llegada pero no le creímos; aún sigue habiendo gente que no cree. Entró y sigue llegando hasta el último rincón de nuestra casa y existencia.

Es más, se ha adueñado de personas, historias, agendas, calendarios, calles, trabajos, oficios, empresas, escuelas, templos, iglesias, gobiernos… tiempos y espacios, sueños y nostalgias. A nosotros, habitantes del siglo veintiuno, que pensábamos con orgullo autosuficiente que lo sabíamos todo (o casi todo) y podíamos controlar lo que se pusiera enfrente, nos está controlando con gran facilidad.

No sabemos todavía si aprenderemos a convivir pacíficamente con él y sus efectos. Mientras tanto hacemos cuentas de lo que hemos vivido: lo perdido, lo ganado, lo dudoso. Cada persona, familia… ha tenido que aprender a vivir en la incertidumbre, a la intemperie, desconcertados, a la espera de algo o de alguien que nos dé una esperanza cierta de solución. El presente y el futuro están en el aire. Nunca nos habíamos sentido tan iguales y tan inseguros. Solucionar con un “sálvese quien pueda” suena a un egoísmo deshumanizador.

Muchas son las lecciones de esta experiencia. Ha sido crítica para los enfermos y sus familias, trágica para quienes no han podido despedirse de un ser querido, desconcertante y dolorosa para todos. Nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, que vamos en la misma barca, que nos necesitamos mutuamente. ¿Qué vamos a hacer? ¿Quién empieza? ¿Con quién? ¿Qué es primero? Muchas son las cuestiones que afloran cuando las crisis aprietan. Todas apuntan a la misión que corresponde a cada persona e institución.

En el Evangelio del domingo pasado, Jesús se enfrenta a una situación crítica: mucha gente cansada y abatida por diversas causas. Jesús ora antes de tomar decisiones y se compadece como todo un buen samaritano. Su corazón se enternece al ver el corazón humano en sus contingencias, emergencias, aspiraciones y posibilidades. No se queda paralizado ante los desafíos. Decide, habla, llama, elige, da instrucciones, envía. Constata necesidades, se conmociona, hace que el amor se haga abrazo concreto, efectivo, multiplicador.

Jesús nos envía a la misión en las actuales circunstancias. ¿Serviremos? ¿Daremos el ancho? Vamos a servir bien si tenemos y ponemos a trabajar las mismas actitudes de Jesús. La misión es una gracia que pide corresponsabilidad. Su razón principal es el sufrimiento de la gente cansada y abatida de nuestro tiempo.

Qué bueno que oramos por la misión y el aumento de vocaciones misioneras. Pero también es necesario orar para que el misionero mire, atienda, escuche, se compadezca de las personas sufrientes. Éstas exigen un nuevo y mejor tipo de evangelizador, con los sentimientos y actitudes de Jesús. Del amor compasivo brota la pasión por la misión que tenemos en la vida.

Con mi cercanía y bendición.

*Obispo de Zacatecas




Más noticias

Sigifredo Noriega
Sigifredo Noriega
Sigifredo Noriega
Sigifredo Noriega
Sigifredo Noriega

Contenido Patrocinado