
Opinión José Antonio Rincón
El vocablo investir significa otorgar una dignidad o cargo importante a una persona.
De las cosas que admiro del presidente de la República, Andrés Manuel Lope Obrador, son su valentía, su coraje y su pasión; lo que no admiro es la forma en que se defiende, con insultos, ofensas y hasta apodos a todos lo que él llama oponentes y encasilla en “Los conservadores”, un término del siglo XIX, que reclama una revisión progresiva de la ciencia política, pero seguro no es para descalificar, estigmatizar y colocarlos del lado de los malos.
Recuerdo sus campañas pasadas, de cómo combatía con valentía a sus opositores, los más conspicuos que le echaban montón y cómo defendía con pasión sus ideales, lo que evidentemente lo definen como un gran líder con vocación de poder.
Ahora en la cúspide de su poder que ya pasa por su tramo agónico, cercano a los estertores, el presidente en el legítimo ejercicio de su derecho de réplica y de defensa invoca la investidura presidencial.
Esa invocación lo mismo la pone como un escudo en sus enfrentamientos con medios de comunicación que con particulares.
El último lance de esa naturaleza está en su desencuentro con The New York Times por un reportaje que da entender que el narco ha estado presente económicamente en sus campañas.
Estoy totalmente de acuerdo en que reciclar información de casos cerrados por falta de elementos y sin ni siquiera aportar una prueba mínimamente útil, hace mucho daño y lesiona la ética periodística, porque es evidente que lo hace sólo para ganar publicidad, aprovechando el momento político del país, lo que no es casual.
Por supuesto que esos hechos originan el derecho de defensa del presidente, pero si esa defensa es una diatriba, llena de insultos y más allá de la ley, lejos de proteger lesiona la investidura presidencial, cuando el que la ostenta por mandato de la ciudadanía, es el primero que debe respetarla; su actuar bien podría llamarse un exceso en la defensa legítima.
Pero y a todo esto: ¿Que es la investidura presidencial?
El vocablo investir significa otorgar una dignidad o cargo importante a una persona. La fijación de sus raíces latinas nos conduce al término vestir o revestir, es decir que a quien se confiere un cargo se le colocan vestiduras especiales e insignias: los reyes portan en sus testa coronas, en sus manos cetros y grandes y lujosos mantos cubren su humanidad, a los obispos los distingue la mitra, a los cardenales el capelo rojo y a los papas el anillo del pescador, pues la tiara entró en desuso con Pablo VI en los años sesenta del siglo pasado.
En los regímenes republicanos que sustituyeron a los reyes, los presidentes el día de su toma de protesta reciben insignias que van con su dignidad. En el caso de nuestro país, al presidente se le coloca en el pecho una banda con los colores patrios y el escudo nacional al centro, el bastón de mando es propio de países sudamericanos, no de nosotros.
La investidura entonces es la dignidad que se le confiere a una persona virtud al cargo que ostenta. Evidentemente el primero que debe respetar esa investidura, es el investido, más cuando se trata de un presidente de la república, cuyo cargo le fue otorgado por una mayoría ciudadana, que no por toda.
Y mientras tanto, según Pew Reseach Center, dos de cada cuatro mexicanos apoya la autocracia, lo que se explica, que no se justifica, por la falta de un estado fuerte que impida el doble estado; uno institucional y otro delincuencial; la imparable inseguridad y el control de las bandas de parcelas importantes de la República, además de su presencia en gran parte de la misma y la descalificación por parte del ejecutivo del poder judicial como inservible, corrupto, podrido y como un obstáculo para la transformación, son fácil caldo de cultivo para que la gente prescinda de la democracia y anhele el poder en una sola persona que gobierne con toda la fuerza y la libere del yugo de los cárteles, sin interferencia de otros poderes.