Opinión José Antonio Rincón
Si alguien sabe de guerras y de droga, son los Estados Unidos de América y también practica muy bien una hipocresía profesional para echar culpas sin sustento.
“Los narcóticos se convirtieron en una cuestión política. El problema se inició, repentinamente, cuando en 1969 el gobierno de Nixon llevó a efecto la Operación Intercepción. México pronto se convirtió en el chivo expiatorio de todo el problema de la droga de su vecino.” VECINOS DISTANTES. UN RETRATO DE LOS MEXICANOS. Alan Reading. Editorial planeta. 1985.
Si alguien sabe de guerras y de droga, son los Estados Unidos de América y también practica muy bien una hipocresía profesional para echar culpas sin sustento, como una cortina de tinte político para ocultar su triste realidad.
Muchas veces en política el que tiene el poder tiene la razón, aunque no la tenga.
La guerra contra las drogas, lo dicen los expertos y lo aceptan los políticos, fue una invención del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, para acallar las protestas de la guerra en Vietnam, que la primera potencia vio perdida y no hallaba cómo salir del embrollo.
Desde luego la invención de la guerra de Nixon contra las drogas ni se dio en serio ni menos se ha ganado a más de cincuenta años de su creación; producción y consumo han crecido a niveles alarmantes, con más de cien mil muertes anuales por sobredosis y la política del país consumidor insaciable más grande del mundo sigue siendo la misma: culpar a otros, principalmente a nuestro país.
Aquí no se inventó, sino que se lanzó una guerra contra los carteles por parte el presidente Calderón y ha sido un verdadero desastre.
En estos días que el presidente Trump amenaza con medidas económicas a nuestro país por los temas de drogas y migratorio, por fin la presidenta exigió una verdadera lucha contra el consumo y distribución de narcóticos, principalmente el fentanilo, allá en los Estados Unidos, y agregó más: que se combata a sus carteles y se detenga el lavado de dinero.
Ni se ha negado esa triste realidad, ni nuestro gobierno ha merecido una respuesta. Ese silencio prueba lo que dijo la mandataria.
Canadá por años agachó la cabeza para no ser evidenciado, pero por sus fronteras también se comercian volúmenes impresionantes de drogas y el propio gobierno admitió la existencia de un buen número de cárteles; de los caudales de dinero nada dijo.
Lo que desconcierta de todo eso, es que los medios de comunicación no informen con base en investigaciones, quién dirige allá los carteles y a dónde van a parar los millones y millones de dólares. Muy buenos los grandes medios de allá para investigar aquí, pero sordos y ciegos ante su problema.
Desde luego que la realidad de los Estados Unidos no exculpa la nuestra, pero que sea compartida la responsabilidad y que la lucha sea pareja.
Personas que han tenido altas responsabilidades contra las drogas han declarado que si la droga entra es por la corrupción de los aduanales gringos y las armas que se venden hasta a menores de edad para ser usadas acá, son negocios rentables de ricos y políticos.
México pone los muertos y sufre los embates del poder de los Estados Unidos y ellos no harán nada allá.
El nuevo secretario de estado, el latino Rubio ha matizado la cuestión y al hablar de los carteles reconoce que son empresas del crimen trasnacionales, le faltó decir ligadas a la política y a la economía, de modo que aunque aquí se erradicaran, lo que no se ve posible, esos negocios seguirían.
Hace 50 años, el periodista inglés Alan Riding, que estuvo en nuestro país más de diez años como corresponsal de The New York Times, escribió un libro de nombre VECINOS DISTANTES. UN RETRATO DE LOS MEXICANOS. En ese libro, el autor, categórico, expresa que en la cuestión de las drogas México es un chivo expiatorio del problema de los Estados Unidos y que fue Nixon el que fabricó esa cortina de humo, que ahora Trump refueza.
Hasta parece que el texto la escribió hoy, porque es exactamente lo mismo: un republicano, Nixon hace más de cincuenta años y ahora otro, Trump, castigándonos con aranceles y convirtiéndonos en chivo expiatorio de su gravísimo problema de las drogas que por algo nunca han atendido.
Nadie duda que para tener tanto poder los carteles ya no compran la voluntad política como antes, porque ellos se han convertido en esa voluntad: gobernadores, presidentes municipales y jefes policiacos son los capos y los capos son los políticos.
Obviamente los delincuentes de arriba se han refinado y ahora los capos son financieros y expertos en la cuestión bursátil, de trajes finos y con educación hasta de posgrados, pues de otra forma quién y cómo se manejarían las enormes cantidades de dinero y las empresas trasnacionales.
Los pobres que mueren en las calles, son sólo carne de cañón.
¿Y The New York Times? Bien, gracias.
Así la situación, la indefensa ciudadanía quedamos en medio del fuego cruzado. ¿Y quién podrá defendernos?