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Opinión

La importancia de la ortografía en las crónicas

La importancia de la ortografía en las crónicas

El cronista puede conocer el fondo de toda historia, pero tiene la obligación moral de aprender a confeccionar la mejor forma que le competa.

Simitrio Quezada
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29 de mayo 2025

Al darlo por terminado, todo texto queda fijo. Adquiere una personalidad y un sentido. Incluso, una ortografía determinada. Es su peculiaridad, su esencia. En la introducción a su libro An Introduction to Poetry, el poeta de Nueva Jersey X. Joseph Kennedy dice: “Whether the poet wears a mask or speaks to us person to person, a poem (as we have seen) confront us with some kind of face. We have now to consider what comes through this face: words”. Ya sea que el poeta vista una máscara o nos hable frente a frente, un poema nos confronta con rostro determinado. Consideremos lo que compone este rostro: palabras.

Toda crónica, como todo texto, tiene un rostro. De nosotros, papás de nuestros textos, depende qué rostro tendrán nuestros hijos. Más que de nuestra voluntad, de nuestra pericia para redactar. El cronista puede conocer el fondo de toda historia, pero tiene la obligación moral de aprender a confeccionar la mejor forma que le competa.

En mi trabajo docente, tengo una criba para determinar si un texto es bueno: si te deja pensando en el contenido, vale la pena. Si durante la lectura y al final de ella te la pasas pensando quién fregados escribió esto, entonces no te molestes en publicarlo.

Como escritor y periodista, y sobre todo como corrector de textos y curador de ediciones, existe algo más que quiero compartir: Todo texto debe estar preparado para ser huérfano, para vivir y valerse sin que el papá autor esté explicándolo, complementándolo, descifrándolo para otros.

Durante cuatro años fui editor responsable de la sección Fresnillo para un periódico local. Cuando corregía una crónica de sociales o deportes, incluso en una nota informativa “dura”, frecuentemente me veía en la odiosa necesidad de “regresar” a los reporteros para que me explicaran qué diablos quería decir cada nota que me habían entregado. Y les insistía: “Imaginen que tenga que resucitar y sacar de su tumba a Cervantes para que me explique qué quiso decir en sus novelas. Jamás lo haré, claro, porque él sí sabe escribir”.

Permítanme recalcar: la historia no es sólo su contenido, sino también el modo en que se cuenta, del que deriva en gran parte el modo en que se interpreta. De eso puede depender también la memorabilidad de ella: es decir, qué tan relevante es que yo la recuerde o la olvide. Y también de la forma en que esté escrita, una historia puede estar revestida o no de belleza y notoriedad.

La historia, en fin, puede cuidarse sola en la medida en que los cronistas aprendan y aprehendan el mejor modo para hablar y escribir no sólo correctamente, sino también del modo más eficaz, el que reclute más lectores y preservadores de ella.

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