La estación dorada

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

  Dedicado al abuelito Pedro Meléndez Mendoza (+), con cariño, admiración y respeto   La duración del día se recortaba cada vez más, por las noches disminuía el coro de los grillos, había considerablemente menos chapulines en la besana, el pasto cambiaba paulatinamente de verde a dorado, el agua del estanque cambió su tonalidad lodosa … Leer más

 

Dedicado al abuelito Pedro Meléndez

Mendoza (+), con cariño, admiración y respeto

 

La duración del día se recortaba cada vez más, por las noches disminuía el coro de los grillos, había considerablemente menos chapulines en la besana, el pasto cambiaba paulatinamente de verde a dorado, el agua del estanque cambió su tonalidad lodosa a un verde cristalino.

Fiel a la costumbre el abuelo se levantaba temprano, queriendo aprovechar el rocío de la mañana, que humedecía el ambiente, para cortar con menos riesgo las matas de frijol en su parcela: inclinado y avanzando a pasos lentos, pero seguros, por la calle del surco, a mano izquierda y derecha cortaba, colocándolas bajo su vientre, con las raíces y parte del tallo encontradas; cuando consideraba tener una cantidad suficiente, eran depositadas espaciadamente sobre el lomo de la surquería y a lo lejos parecían borregos echados sobre sus pezuñas.

En este cultivo prefería poner a prueba su paciencia sembrando con frecuencia maíz y frijol juntos, sabiendo que éste recargaba de nitrógeno a la tierra, aunque enredara sus guías en el tallo, dificultando la recolección, misma que realizaba con sumo cuidado, semejaba un trato cariñoso.

Después transportaba el tazole para engavillarlo en el patio trasero de la vivienda, donde posteriormente parveaba obteniendo el grano, conforme lo fuera solicitaba la abuela Petra.

Entre los meses de octubre y noviembre de cada año, en estas latitudes del semidesierto mexicano, la vida rural parece más alegre, especialmente si en tiempo de lluvias hubo abundancia y los campesinos hicieron su trabajo con oportunidad: aparece el producto del trabajo en la siembra de tierras de temporal.

El rendimiento de la milpa (el mil por uno), en la cosecha de maíz, frijol, calabaza, trigo, girasol, etc., responde con creces y generosidad a la inversión del esfuerzo esperanzado de los pobladores. La época de la recolección crea sensaciones de éxito, de premio.

El resultado del trabajo honesto, es siempre motivante, halagador, genera prestigio,  admiración y reconocimiento, además, en el caso de los campesinos, tienen el privilegio de procurar el sustento a sus familias, de manera directa, sin la transformación industrializada de los productos.

Tristemente en la actualidad, estos lugares están prácticamente en el abandono. La disminución de las lluvias obligó la migración de las familias a las concentraciones urbanas, saturando las colonias populares. Las pocas personas que radican en las comunidades están atrapadas en el vicio de la dependencia gubernamental, que ha fomentado el asistencialismo.

Hay simulación porque ya no se trabaja a conciencia; deshonestidad porque décadas después de haberse mudado a las ciudades, muchas personas siguen registradas en el padrón de esos programas y sólo vuelven a cobrar los apoyos sin comprobar trabajo; permea la negligencia e indolencia; la pereza se manifiesta en las condiciones en que tienen sus parcelas, acequias, cercados; por lo tanto, la pérdida de la productividad y la cultura del esfuerzo en su descendencia condena al atraso, no sólo a esta parte del País, sino a la Nación entera.




Más noticias

Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez

Contenido Patrocinado