
Huberto Meléndez Martínez.
A la memoria de mi padre, por pensar que es posible lo imposible En una especie de columpio accionado con un mecanismo que se denomina “polea de dos brazos” (popularmente “cigüeña”), el muchacho fue extraído del fondo de aquel pozo cilíndrico, de unos cuatro pies de diámetro y 10 metros de profundidad. “¿Por qué me … Leer más
A la memoria de mi padre, por pensar que es posible lo imposible
En una especie de columpio accionado con un mecanismo que se denomina “polea de dos brazos” (popularmente “cigüeña”), el muchacho fue extraído del fondo de aquel pozo cilíndrico, de unos cuatro pies de diámetro y 10 metros de profundidad.
“¿Por qué me sacaron?”, reclamó a su padre y hermano mayor, quienes sudaban abundantemente por el trabajo realizado en el manejo de aquella rudimentaria herramienta.
Habían cavado por semanas a pico y pala en busca de agua. Pasaron capas de tierra, grava y arena en diferentes estados de compactación. Repentinamente encontraron una roca dura, cuyo grosor desconocían, pero era fácil deducir que continuaría indefinida.
El padre había experimentado en perforaciones previas y tenía un plan para maximizar el esfuerzo.
Meditó por semanas el método tradicional para hacer un barreno. Uno sostenía la barra con las dos manos y giraba un poco después de cada golpe que daba otra persona, con un martillo de 6 u 8 libras. Era una actividad riesgosa para quien sostenía la barreta, pues dependía de la pericia de quien manejaba el martillo.
El espacio tan reducido aumentaba las dificultades. ¿Debieron haber hecho más ancho aquel pozo para mayor comodidad en la maniobra? No, la razón fue disminuir la fuerza física al extraer la mínima cantidad de tierra y piedra.
Conseguir una máquina de barrenar e implementos estaba totalmente fuera de sus posibilidades económicas. Confiaba en poder encontrar algún método mucho más económico para lograr su propósito. La meta estaba bien definida: hacer aquella perforación unos 25 metros hasta cortar algún venero de agua que intuía podía estar en aquel sitio.
Adquirir una barra de más de 10 metros de largo y golpear desde la superficie era una posibilidad remota, costosa y poco práctica.
Consiguió una de una pulgada de grosor, un peso de aproximadamente 7 kg., longitud de 1.8 m, mandó soldar en la punta una pieza de tungsteno (metal más fuerte que el acero), como las utilizadas para barrenar en las minas y un aro en el otro extremo para atar una cuerda, con la cual jalarían desde arriba y dejarían caer sobre la piedra, con una guía que permitiera hacer un orificio al centro.
Ese fue el método simple que se le ocurrió cuando conoció una máquina perforadora para pozos de profundidad que era accionada de golpe. Consideró que con una réplica a menor escala y manejada manualmente, podría funcionar.
Hacer diversas pruebas fue laborioso, desgastante y tardado. Se avanzaba con lentitud según la dureza de la roca, pero su perseverancia, persistencia en el propósito y trabajo continuo premiaron el esfuerzo. Catorce metros más abajo encontró un humedal del preciado líquido. El siguiente reto era encontrar una forma barata para bombear el agua.
Una máxima que había aprendido en otros oficios con excelentes resultados era: a mayores carencias económicas, mayor ingenio e inventiva.