
Zaira Ivonne Villagrana Escareño.
Cerca de cuatro mil desaparecidos marcan un dolor que el Estado parece no querer ver. Familias enteras se han convertido en investigadoras.
Zaira Ivonne Villagrana Escareño
En Zacatecas, mientras los discursos oficiales brillan en salones y cifras, hay quienes buscan entre la tierra a quienes se han ido sin respuesta. Madres, padres, hijas e hijos sostienen la memoria y la esperanza, caminando sobre silencios que pesan más que la ausencia misma.
Cerca de cuatro mil desaparecidos marcan un dolor que el Estado parece no querer ver. Familias enteras se han convertido en investigadoras, rastreando pistas, siguiendo rumores, aferrándose a cada indicio de vida. Entre ellas, las madres del colectivo Sangre de mi sangre han tejido hilos de amor y esperanza durante años, plegarias vivientes que claman justicia, hilos que nadie puede ignorar.
El 8 de septiembre, mientras el Palacio de Convenciones celebraba un informe oficial, estas madres fueron desalojadas con violencia por exigir la presencia de sus desaparecidos. Su “delito”: amar demasiado, buscar incansablemente, no aceptar la indiferencia. Sus manos sostenían tejidos rojos, símbolos de lucha, memoria y vida. Y aun así, recibieron empujones e insultos que lastiman tanto como la ausencia misma.
Durante la glosa del informe, de un Secretario habló de programas y resultados, pero omitió reconocer la gravedad de la represión hacia las madres buscadoras. No hubo disculpa, ni compromiso de protección, ni palabras que honraran su lucha. Lo que quedó fue un vacío: la distancia entre el discurso oficial y la tragedia real que atraviesa cada familia.
Recientemente, en Tepetongo, Zacatecas, las buscadoras localizaron seis fosas clandestinas, con restos de al menos diez personas. Mientras los discursos oficiales resaltan logros, la tragedia sigue ocurriendo ante la ciudadanía.
Urge acompañar, proteger y escuchar a quienes buscan con el corazón roto. Criminalizar su amor es profundizar la herida social. Cuando una madre busca sola a su hijo, la ausencia de justicia nos toca a todas y todos.
Nos preguntamos:
¿Qué sociedad somos si el amor se reprime y la indiferencia se celebra?
¿Cómo mirar hacia otro lado mientras las familias cavilan entre tierra y silencio?
¿Qué significa la seguridad si quienes buscan justicia son tratadas como enemigas?
¿Cuánto más soportaremos la ausencia antes de asumir que la esperanza también nos pertenece?
Cada madre que busca, cada hilo rojo que sostiene, nos recuerda que la justicia no es un privilegio: es un deber. Que la esperanza no sea arrastrada por el miedo. Que el dolor no sea invisible. Que cada búsqueda nos interpela.
Y si seguimos mirando hacia otro lado, Zacatecas será un lugar donde la indiferencia aplasta la vida y la memoria. Que nunca permitamos que eso suceda.