
De acuerdo con la Tax Foundation, los nuevos aranceles de hasta 245% para algunos productos chinos representarán un impuesto adicional promedio de casi 1,300 dólares por hogar estadounidense en 2025.
El 2 de abril, Donald Trump reactivó su guerra comercial contra China. Como en su primer mandato, los efectos inmediatos son más negativos para su propio país que para el de su adversario. Aunque el objetivo declarado es recuperar empleos manufactureros, los datos muestran que el costo económico recae sobre los consumidores, las empresas y las cadenas de suministro estadounidenses.
De acuerdo con la Tax Foundation, los nuevos aranceles de hasta 245% para algunos productos chinos representarán un impuesto adicional promedio de casi 1,300 dólares por hogar estadounidense en 2025. La misma organización internacional, con sede en Washington, estima que el PIB de EEUU se reducirá en 1.0%, el capital fijo en 0.7% y se perderán 740,000 empleos. Esta contracción no es menor y ya provoca inquietud entre empresarios, inversionistas, analistas económicos y consumidores en prácticamente todos los estados del país. Los efectos no solo alcanzan a las grandes ciudades industriales, sino también a zonas rurales dependientes del comercio minorista.
Sectores como el de los muebles, la ropa, los juguetes y los artículos deportivos ya enfrentan cancelaciones de pedidos y mercancía abandonada en puertos. Las pequeñas empresas reportan pérdidas por escasez de insumos y aumentos de costos. La dependencia del mercado estadounidense respecto a productos chinos es considerable: 73% de los teléfonos inteligentes, 78% de las laptops y 87% de las consolas de videojuegos provienen de China. Lo mismo ocurre con productos farmacéuticos, semiconductores y minerales estratégicos. Adam Posen, del Peterson Institute, advierte que estas medidas podrían provocar un episodio de estanflación similar al de los años 70 o al de la pandemia.
Los hogares de menores ingresos sufrirán más y el impacto será mayor para quienes destinan una mayor proporción de sus ingresos al consumo básico. En otras palabras, la política arancelaria es un impuesto regresivo.
China, por su parte, también sufre. En 2024 exportó bienes a EEUU por 462,500 millones de dólares e importó 199,200 millones, lo que le dio un superávit de 263,300 millones. Sus represalias contra EEUU incluyen aranceles del 125%, cancelación de pedidos de aviones comerciales, restricciones a exportaciones de minerales clave y barreras administrativas que han reducido las exportaciones estadounidenses.
Pese al golpe, China muestra mayor capacidad de adaptación. Puede redirigir parte de su producción a otros mercados, devaluar el yuan y usar la intervención estatal como amortiguador. Mientras Trump confronta a sus socios tradicionales, Xi Jinping refuerza relaciones con Japón, Corea del Sur, Vietnam y otros países del sudeste asiático. Su sistema político, menos expuesto a la presión social inmediata, permite absorber mejor las consecuencias de una guerra comercial prolongada.
El economista y profesor de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs ha sido claro: EEUU no ganará esta guerra porque China ya no depende como antes del mercado estadounidense y tiene mayor margen para resistir. Unos analistas sostienen que China tiene más que perder por su modelo exportador. En el corto plazo, la evidencia disponible indica que EEUU pagará el mayor costo económico.
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