Gobernantes secuestrados

Los siglos pasan, la esencia persiste: a querer o no, en mucha o regular medida, continuamos dependiendo de la madurez y el tino del triunfador de cada elección.

“Gubernator” o “cibernator” es el nombre con que en el mundo grecolatino se conocía a todo timonel, todo capitán: quien dentro del navío decidía el rumbo de toda la tripulación.

Los buenos, los malos, los peores, los líderes, los improductivos, los santos, los desalmados… no había diferencia sobre la cubierta a la hora de enfrentar el huracán o de prepararse para atracar.

Ningún color o preferencia valía más que otro dentro del barco; ninguna historia de hazañas, vergüenzas o escarnios. Todas y todos los habitantes de ese micromundo dependían por igual de la pericia, la paciencia, la experiencia, el riesgo y el juicio de una sola persona que estaba a cargo.

Muy claro queda que tal conductor del timón conocía cada mar al que se adentraba.

Del ámbito marítimo fuimos ampliando el uso del “gubernator” a la esfera del poder público. El trabajo principal de quien gobierna es tomar decisiones que afectan a todo un colectivo.

Los siglos pasan, la esencia persiste: a querer o no, en mucha o regular medida, continuamos dependiendo de la madurez y el tino del triunfador de cada elección.

De ese modo, los aciertos del gobernante en turno nos hacen ver como sociedad acertada; sus yerros nos llevan por sendas erradas.

Por esto hay que insistir en que no debe confiársele el tránsito común, el destino compartido, a cualquier persona.

La madurez, la convicción, la tolerancia, el amplio criterio, la sensibilidad y la humildad son fundamentales como rasgos de quien ejerce el gobierno.

La visceralidad, la influenciabilidad, la propensión a la corrupción, la impericia, la debilidad, la falta de fuerza de voluntad… todos esos vicios personales terminan por permear en un equipo de gobierno y dejan sus estragos en la comunidad.

Sea en el nivel o tipo de poder que sea.

Por esto es vital que el gobernante no se deje secuestrar por sus imperfecciones, sus intereses o, de plano, por “asesores” o “consejeros” insensibles o incluso subordinados a la ceguera o caprichos o arranques del humano al que se presta poder sobre la comunidad.

Es muy peligroso que quien debe gobernar con criterio, vasto conocimiento, sentido de justicia… postergue la apremiante tarea, y mejor dispense odios y venganzas a granel.

Bastante tiempo y esfuerzo prestados requiere la elaboración de listas negras.

Debe cuidarse el gobernante de no ser secuestrado por achichincles que, simulando ser expertos, plantean escenarios inexistentes: en extremo optimistas ―donde nada pasa― o muy pesimistas ―cuando conviene que se aplique fuerza excesiva para servir a particulares intereses―.

Debe el gobernante evitar caer en el juego de sus peones con garrote. Debe prever que existe una agenda de prioridades comunitarias por encima del disfrute de la oportunidad dorada que otorga el encumbramiento.

Para garantizar un mejor avance de las sociedades, deben éstas procuran que sus gobernantes no estén secuestrados ni por intereses, ni por pasiones, ni por otras personas.

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