El resentimiento y el poder

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

La persona resentida decide, una y otra vez, flaquear y debilitarse. Aunque ostente el poder, no lo asume enteramente, pues su prioridad es ajustar cuentas o lastimarse con su propia cerrazón.

Tres definiciones tiene el Diccionario para “resentimiento” y su verbo “resentirse”. El primero es “empezar a flaquear” o debilitarse. El segundo es “tener sentimiento, pesar o enojo por algo”. El tercero se refiere a sentir un dolor físico por una afección anterior.

Para hablar sobre la relación entre poder y resentimiento, debemos ceñirnos a los dos primeros conceptos. De entrada, resulta interesante la sinonimia entre resentimiento y debilidad. El resentido, aunque haya ganado la partida, aunque hoy tenga poder, no ha logrado nada. En la práctica, ningún beneficio puede emplear de lo que obtiene. Nada le sirve, nada lo llena.

La persona resentida decide, una y otra vez, flaquear y debilitarse. Aunque ostente el poder, no lo asume enteramente, pues su prioridad es ajustar cuentas o lastimarse con su propia cerrazón.

Quien alimenta odios y deseos de venganza, quien elabora y reelabora listas negras, quien vuelve a vivir lo que en su mente considera ofensa… esa persona ha construido una prisión muy sólida, de la que difícilmente puede escapar.

El resentido, además, no comprende la temporalidad de los eventos, las etapas. Vive en el pasado: no puede, por tanto, plantarse en el presente y construir para el futuro. Si obtiene poder y aun así se obstina, la persona resentida no puede planear y evaluar con objetividad.

Es muy peligroso que a un resentido se le encomiende el ejercicio del poder. Desde la revisión histórica a la ideología de los antiguos romanos, hemos aprendido que no puede gobernar eficazmente quien no puede gobernarse: quien no gobierna sus pasiones y los excesos a los que puede llegar.

Como vive en el agravio, como el agravio se convierte en el territorio en el que se mueve, en su patria, la persona resentida queda imposibilitada para luchar por una patria más grande. Aunque no lo quiera, la administración de lo común se le vuelve administración de su interés y sus obsesiones. Por lo demás, no mide los alcances de los daños que provoca.

Frente a un entorno que para todas y todos se desmorona, la persona resentida continúa asumiéndose como la principal víctima.

En definitiva, es muy peligroso que el destino común quede bajo el poder de una persona cegada por esta carga emotiva.

Por el bien de gobernados y gobernantes, el honesto ejercicio del poder no puede albergar ningún resentimiento.

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