El país de las microcorrupciones

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

La sociedad es red formada por relaciones que muchas veces son tensiones naturales: pesos y sus contrapesos.

Un empleado de una empresa de pan empaquetado termina de surtir producto, cobra y, antes de salir, toma parte del producto que acaba de meter.

Muchos abarroteros pueden dar cuenta de tales robos hormiga, también por parte de repartidores de frituras y de galones de leche.

Por otro lado, también tenemos trabajadores que consiguen incapacidades laborales falsificadas.

Ante cruceros con tráfico, no falta quien roba el paso, sin importarle que a su lado hay una fila de automovilistas que sí están respetando las reglas viales.

Tras reprobar el examen de admisión a la carrera de Medicina, una joven pide a su papá que busque a un alto funcionario de la universidad para que “la meta” en la lista de los admitidos.

Un reportero ebrio choca con un camellón y lo destruye. A los agentes viales que llegan al lugar les explica a qué se dedica, llama por teléfono celular a dos o tres funcionarios y logra la condonación de las multas, no ser detenido y que le lleven, sin que él pague, una grúa.

En una farmacia de pueblo, el joven médico vende recetas en blanco, ya con su firma, a 50 pesos cada una. Quien busca un medicamento controlado pide en mostrador el documento y el mismo médico puede llenarlo al instante con los nombres de los fármacos.

La poderosa realidad está formada por minucias. La sociedad es red formada por relaciones que muchas veces son tensiones naturales: pesos y sus contrapesos. Tesis y antítesis que terminan en síntesis. Todo ello conforma un equilibrio, a veces armonioso, a veces doloroso, a veces productivo, a veces injusto.

En nuestro entorno, los intereses pueden ser comunitarios o individuales. Cuando los segundos pesan sobre los primeros, cuando pasan sobre los primeros, cuando pisotean a los primeros, ampliamos las brechas de desigualdad, arrebatamos oportunidades a quienes las merecen más que nosotros, menoscabamos nuestro crecimiento natural, faltamos a nuestra dignidad, perdemos autoridad moral, dejamos mal ejemplo a nuestros hijos, damos aliento a la impunidad.

En redes de internet insistimos con casi ejemplar indignación en que buscamos un mejor país, un mejor estado, un mejor municipio: con nuestras parvas acciones cotidianas nos contradecimos. La zona de confort es difícil de dejar, aunque nos provoque daños que no queremos ver. La mediocridad es más peligrosa cuando creemos que todos la tienen menos uno mismo.

Las microcorrupciones son el verdadero cáncer de este país, formado por nuestras minúsculas pero decisivas mezquindades.

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