Cuidado con la mezquindad

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

En la tarea del gobernar, es peor si actúan con visceralidad, utilizando el poder encomendado para vengarse tanto de lo que comprueban como de lo que sólo imaginan.

En su “Ética a Nicómaco”, el filósofo Aristóteles escribió que “bien es de amar el bien de uno, pero más ilustre y más divina cosa es hacer bien a una nación y a muchos pueblos”.

Se antoja fabulosa esta teoría. Literalmente: “fabulosa” significa “plena de fábulas”. Entre el individualismo y el colectivismo, el ánimo político puede enarbolar en su discurso público el segundo para en realidad alimentar (a escondidas y con alevosía) al primero. Es el permanente movimiento pendular entre la generosidad y la mezquindad, el egoísmo en su acepción más deleznable.

Regresamos a la pirámide de Maslow: la cima de ella es la autorrealización, y el político es ese animal tentado por los intereses y la satisfacción en el poder por el poder mismo.

¿De veras entrega despensas porque quiere que los demás tengan despensas… o quiere que los demás tengan despensas para él conseguir/conservar poder político?

¿De veras los huevos, las cobijas, los pollos, los bolos son para ayudar a la gente… o a él mismo?

En el pueblo en que nací, dicen que nadie ofrece más que quien promete y nunca va a cumplir. “Lo vemos”, “lo platicamos”, “primero ayúdenme a llegar… ayúdenme con esto” son estribillos a los que las experiencias han quitado el encanto con que fueron cargados.

Cuidado, entonces, con la mezquindad de los políticos, con el egoísmo exacerbado que puede poseerlos. En la tarea del gobernar, es peor si actúan con visceralidad, utilizando el poder encomendado para vengarse tanto de lo que comprueban como de lo que sólo imaginan.

Incluso en los asuntos públicos puede relucir su arbitrariedad: según su arbitrio, el gobernante mezquino puede considerar cuándo aplicar o “amoldar” su ley y cuándo (y con quién) no.

La cadena es tremenda: egoísmo, mezquindad, arbitrariedad e intolerancia. Muy peligroso es un gobernante sin oídos o, peor, con oídos sólo para quienes lo encapsulan, lo enajenan, le muestran una realidad que no existe.

Por eso, desde Aristóteles y su planteamiento ideal, caemos a lo más bajo, en una máxima que asusta: “Entre más poder, más sordera”.

El poder, a fin de cuentas, debiera ser visto más bien como una oportunidad. Como dijo Rubén Blades: “El cuento ése de que el poder te corrompió… ¡No! Tú ya eras corrupto, lo que ahora tienes es poder para joder más”.

En el otro extremo, los políticos que han trascendido por sus obras edificantes aprovecharon la oportunidad de trascender por buenas acciones y decisiones, alejadas del lado sombrío de la esfera personalísima y enfocadas más en el provecho colectivo.

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