Costumbres de la vida rural

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado la Sra. María del Refugio Martínez Rodríguez (QEPD), mi madre   Atado el tercio de leña con el rebozo y cargado sobre la cabeza, caminaba rumbo a casa de la suegra, por la polvorosa vereda bajo el ardiente sol de marzo, iba acompañada de Manuela su cuñada, con quien desde la infancia tenía una … Leer más

Dedicado la Sra. María del Refugio Martínez Rodríguez (QEPD), mi madre

 

Atado el tercio de leña con el rebozo y cargado sobre la cabeza, caminaba rumbo a casa de la suegra, por la polvorosa vereda bajo el ardiente sol de marzo, iba acompañada de Manuela su cuñada, con quien desde la infancia tenía una relación afectiva, por vivir en una comunidad pequeña, de menos de cuarenta viviendas.

Esposo y suegro afanosamente labraban la tierra con la yunta de bueyes, esperanzados en tener una buena temporada de lluvias y con ello asegurar una cosecha de maíz, frijol y calabaza.

Al haber hecho las tortillas de la mañana, se había agotado la provisión de leña traída por los señores de la casa.

Oscurecía cuando llegó Juan su marido y se percató de la tarea realizada, eran varas de gobernadora que crecían abundantemente en las proximidades del lugar.

Meditó sobre su falta, porque en la costumbre familiar era su obligación el abastecimiento de leña en suficiente reserva. Nunca más volvió a suceder porque priorizó sus acciones trayendo leños gruesos y resistentes de lantrisco, colorín, huizache o pino. De igual forma mantuvo lleno el recipiente de 200 litros, con agua traída de la noria o del estanque, según fuera necesario.

Ella, a su vez atendió las actividades cuya división del trabajo estaba definida por costumbres ancestrales, en todo lo referente a la situación doméstica.

El hombre estaba destinado a atender principalmente la función de proveedor para el sustento familiar, todo esfuerzo rudo y fuera de la casa; la mujer administraría los recursos y debía atender todas las funciones del hogar.

En la cocina se ocupaba casi todo el tiempo porque proliferaba la acción manual: preparar los alimentos cocinando con leña, utilizando metate aunque pronto llegó un molino de nixtamal al rancho; utilizaba molcajete a falta de licuadora por carencia de suministro eléctrico, asear la casa que, aunque pequeña, tenía un patio muy grande, traspatio y un corral de grandes dimensiones; lavar la ropa, desarrugándola con una plancha de fierro que se calentaba sobre el comal; zurcir la ropa frecuentemente a la luz de una vela.

Criar y cuidar a los hijos fue una labor titánica. En este caso había empezado desde siete años antes del matrimonio por atender al hijo de su hermana Sofía, quien falleció en el parto; después nacieron sus 8 hijos en un lapso de 12 años.

Las reglas máximas como la disposición de ropa limpia para el marido era infranqueable. Existía la creencia de que la personalidad de la mujer, se reflejaba en la forma de vestir del esposo.

El esparcimiento se concretó a  visitar a la hermana Cande pero el trabajo se multiplicaba por hacer pan horneado en cocedor, tamales, atole o pinole; con las cuñadas eventualmente se reunía a la sombra de grandes pirules a tejer y bordar unos tres días a la semana.

Quizá aquella calidad de vida les permitió cierto tipo de felicidad, fortaleza, salud y longevidad.




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