
Huberto Meléndez Martínez.
Al colega Magdaleno Ramírez Álvarez (QEPD), como homenaje póstumo El otate cayó clavado en la tierra, detrás suyo muy cerca de sus talones, pretendiendo cortar la carrera. A manera de lanzamiento de jabalina y producto del enojo de su padre, por desacato a sus órdenes, había hecho aquel lanzamiento frenético. El otate era una … Leer más
Al colega Magdaleno Ramírez Álvarez
(QEPD), como homenaje póstumo
El otate cayó clavado en la tierra, detrás suyo muy cerca de sus talones, pretendiendo cortar la carrera. A manera de lanzamiento de jabalina y producto del enojo de su padre, por desacato a sus órdenes, había hecho aquel lanzamiento frenético.
El otate era una vara dura con punta, que los labradores utilizan para picar a los bueyes, a fin de acelerar el paso o corregir el rumbo en el surco, cuando van jalando el arado.
La noche anterior su papá le había dicho “Mañana tempano sacas las chivas del corral, las dejas en el cerro, frente a Santa Elena. Ahí en la parcela te voy a dejar la yunta para que barbeches la tierra”.
Quiso resistirse, argumentando que debía ir a Cedral, para inscribirse en la Escuela Normal, pues sería el último día en la recepción de los documentos.
Había ido dos veces a cumplir con el Proceso de Admisión, la primera vez para tener una entrevista con el personal académico y la segunda para contestar un examen escrito. Estaba seguro de haber hecho todo bien, pero cuando circuló por la región la lista de aceptados, misma que el progenitor había ido a revisar, regresó con rostro impasible con la noticia “No saliste”.
El mundo se derrumbaba ante él, sus ilusiones de un futuro ejerciendo una carrera se esfumaron con la fría noticia. Incrédulo, al día siguiente fue a cerciorarse y el alma volvió a su cuerpo. El diálogo en el hogar no fue motivador:
La discusión terminó con la orden de cuidar las cabras y atender la parcela.
Sacó el ganado pero no relevó en la labranza. Sólo fue a decirle que iría a la Normal. Viendo la furia que generó en el carácter de su papá, emprendió la carrera sin más equipaje que una bolsa con sus documentos. No lo amedrentó la persecución del tutor ni el lanzamiento desesperado del proyectil, que casi lo alcanzó. Corrió por kilómetros hasta la parada del autobús donde coincidió con otros dos de sus condiscípulos e ilusionados todos, tomaron rumbo a aquel anhelado porvenir.
Sacó aquella espina de su corazón, cuando meses después fue a visitarlo, resuelto a hacer las paces. En el periódico escolar de circulación regional El Sembrador, apareció un poema de su autoría y orgulloso quiso reconocerlo personalmente.
Más en broma, que con intención de revancha el estudiante declaró “¿Cuál poesía?, ahí dice Magdaleno Ramírez L. Quizá es Lauterio, no soy yo”.
“No puedo dar una con este muchacho. Es el tercero de mis seis hijos, difícil de entendernos” pensó el padre.
Cambió la relación familiar. El joven abrazó con pasión sus estudios, fue distinguido y sobresaliente también en el ejercicio docente.
Cuando hay pretensiones genuinas de superación, deben vencerse obstáculos inimaginables los primeros años.