
Sigifredo Noriega Barceló.
A estas alturas del Adviento seguramente hay adelanto en el camino hacia el Misterio de Navidad. Desde fuera se puede ver a gente que vuelve a casa, a su ambiente existencial de origen; también los adornos navideños que hay en calles, casas, puertas y ventanas. Este ambiente creado pudiera facilitar que entremos, encontremos y disfrutemos … Leer más
A estas alturas del Adviento seguramente hay adelanto en el camino hacia el Misterio de Navidad. Desde fuera se puede ver a gente que vuelve a casa, a su ambiente existencial de origen; también los adornos navideños que hay en calles, casas, puertas y ventanas. Este ambiente creado pudiera facilitar que entremos, encontremos y disfrutemos el espíritu que da sentido a estos entrañables días.
Encendemos la cuarta vela de Adviento. Todo está preparado para recibir al que ha de venir y a quienes nos acompañan o acompañamos en la vida. Con más luces encendidas, el fuego misterioso de la Navidad nos calienta por dentro y nos alienta a volver a nuestros orígenes con especial gratitud, desbordante alegría y serena esperanza. Todo contribuye a mirar confiadamente el presente que, con la Navidad, se llena de infinitas posibilidades a pesar de las preocupaciones ocasionadas por las ausencias, las secuelas de la pandemia y los estragos de las violencias.
Este domingo impresiona la pregunta de Isabel: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”. Hay un encuentro muy familiar en la intimidad del hogar de Isabel y Zacarías. Dos mamás gestantes, María e Isabel, próximas a dar a luz, están cara a cara con el fruto de su vientre queriendo tomar parte en la comprometedora conversación. De las futuras mamás se afirma que son dichosas; de sus hijos, también. De uno se afirma que es el Hijo de Dios; del otro, se dirá después que es el hombre más grande nacido de mujer. Se consume el tiempo antiguo, comienza el nuevo y, con él, la plenitud de los tiempos.
De ellas aprendemos grandes lecciones de vida. De María, la mujer de fe, hemos contemplado en días pasados. De Isabel, la mujer visitada, sobresale su corazón humilde que desborda en alegría. Todo lo que es lo expresa en la pregunta “¿quién soy yo…?” Isabel se admira de lo que está presenciando. La palabra inicial da todo el sentido: ¿Cómo es posible que a mí se me regale lo que se me está regalando? Se siente pequeña, sencilla, humilde, una mujer pobre del pueblo. No se puede imaginar que Dios la visite en la persona de su prima, entre a su casa, es más, que se ponga a su servicio.
¿Pero quién soy yo, quiénes somos, para que nos des tanto, para que nos muestres tu amor cercano y compasivo?, nos seguimos preguntando en vísperas de Navidad, en tiempos desconcertantes. No sé lo que pasa por tu mente y tu corazón estos días. Sólo sé que sí importamos a Dios y Dios viene a nosotros porque nos ama. No pidamos explicaciones al amor. El que ama, ama porque sí. Sólo admirémonos como Isabel y aceptemos las inmensas posibilidades de vida que Dios pone a nuestro alcance.
Con María e Isabel podemos tener por seguro que estaremos en buena compañía para recibir con alegría al Señor que viene a “habitar entre nosotros”. Contemplemos el Misterio y agradezcamos.