Atesorar… ¿lo valioso?

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

En el significado tradicional que damos a la palabra “tesoro”, implicamos lo valioso, lo relativo a la riqueza.

La ambición, considero, puede ser una trampa. En el afán de adueñarte de algo, de conseguirlo… a fuerza de insistir e insistir, de renunciar a otras posibilidades, de perder todo lo perdible, ese algo puede terminar adueñándose de ti e incluso convertirte en otro, una persona irreconocible.

¿Qué tanto vale el mucho desgaste para obtener un poco de ganancia? ¿Qué tan valedero es perder todo para ganar algo?

No es retórica, sino duda genuina: ¿Qué tanta indignidad debe soportar quien quiere ser poseedor, en aras de lo que puede ser poseído?

En el significado tradicional que damos a la palabra “tesoro”, implicamos lo valioso, lo relativo a la riqueza. El tesoro entra en el campo semántico de la ganancia, lo bueno, lo saludable, lo pleno, lo edificante. Y en realidad quien “atesora” bienes materiales y poder se arriesga muchas veces a no satisfacerse, a no enriquecerse; incluso a perder el alma.

Lo dijo el de Galilea frente a una docena de pescadores, y lo repitió el de Loyola a un jovencito burgués: “¿De qué le sirve al humano ganarlo todo, si pierde su alma?”.

Así que vamos de nuevo: ¿De veras es valioso lo material? ¿De veras garantiza plenitud en todos los sentidos?

Movámonos ahora al voraz territorio del poder: ¿De veras vale la pena tener el mando sobre otros? ¿De veras vale la pena que te miren desde abajo, que seas dueños de haciendas y vidas?

En definitiva, ¿de veras llena toda expectativa el lujo, el viaje, el placer y el exceso?

Debemos preguntarnos, pues, si de veras es valioso todo lo que se atesora.

Debemos preguntarnos y debemos ver bien esta realidad. Hay quien atesora mucho dinero, y sin embargo vive hundido en su miseria. Hay quien tiene tres o cuatro casas, y sin embargo no encuentra un hogar. Hay quien duerme entre las sábanas de la mejor seda… y sin embargo por sus acciones y omisiones no encuentra descanso.

Lo peor es ver a quienes gastan y gastan para continuar teniendo más. Con la espada de la corrupción se corta a la cabeza de la necesidad… cuando esa necesidad es una hidra de testas multiplicadoras.

Se confirman esas enseñanzas rústicas que aprendí a mis 16 años: “Rico no es quien atesora más, sino quien llega a necesitar menos”; “Rico no es quien se enriquece en lo más, sino quien encuentra su plenitud aun en lo menos”.

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