Aprendizaje infantil

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A los amigos de la infancia en San José Incrédulo aquel niño escuchaba las afirmaciones de primos y amigos audaces, sobre lo que podía verse dentro de un remolino de tierra, como los que espontáneamente se forman en los meses de febrero y marzo en la latitud correspondiente a la franja del Trópico de Cáncer, … Leer más

A los amigos de la infancia en San José

Incrédulo aquel niño escuchaba las afirmaciones de primos y amigos audaces, sobre lo que podía verse dentro de un remolino de tierra, como los que espontáneamente se forman en los meses de febrero y marzo en la latitud correspondiente a la franja del Trópico de Cáncer, en el hemisferio Norte del globo terráqueo.

Se antojaba vivir la experiencia y esa ocasión podría ser la propicia.

Quizá inconscientemente evaluó los riesgos y las consecuencias, pues podían aprovechar alguno de los que se formaban en el gran patio de la casa de la abuela, porque era amplio y plano. No sería lo mismo arriesgarse en el bordo del estanque con pendiente pronunciada o en pleno monte, donde proliferaba un chaparral por arbustos espinosos, que en aquella época del año sus ramas tenían poco follaje y rasparían más de lo esperado.

Esa vez había dos factores favorables: como era fin de semana, estaban a cargo de la tía Manuela y su abuelita Petra, quienes generalmente toleraban sus travesuras, la segunda razón era el regreso al hogar materno por la tarde. Parecería normal aparecer lleno de polvo, con alguna nueva rotura en la ropa, raspón en las rodillas o codos.

“Adentro puede verse El Chamuco“, comentaban varios muchachos. Eso generaba una sensación de temor.

“La vez pasada vimos una bruja”, declaraban unos con envidiable seguridad.

“Nosotros hemos visto fantasmas” sostuvieron otros.

“Primero nos ponemos las mangas de los pantalones adentro de los calcetines, porque la arena golpea muy fuerte cuando uno va entrando”, recomendó uno de los grandes.

Chalito y Tony estaban demasiado pequeños para incursionar en la aventura, pero no quisieron quedarse al margen y amenazaron con dar el chisme a la familia, en caso de ser excluidos.

Al tercer intento pudieron entrar corriendo, con involuntario apretón de mandíbula y párpados. La arenisca picaba la piel como agujas filosas, el sonido del viento hizo cubrir los oídos; entre el polvoso remolino se vieron hojas de árboles, un sombrero de tejido de palma por los pies, una resortera perdida le pegó en la pantorrilla, Gonzalo tirado al suelo hecho ovillo, un trompo quedó bailando de panza y en cierto momento percibieron una sombra al paso de una nube, oscureciendo un poco el entorno.

Las caras emblanquecidas por la tierra, las cabezas con los cabellos en total desorden y la sensación de estar masticando arena al apretar los dientes, parpadeando llorosos por la vorágine reciente, reían a carcajadas intentando recordar lo sucedido  y festejando la hazaña que duró eternos cinco segundos.

La experiencia consiguió desmoronar los mitos existentes, inhibió las ganas de realizar otros intentos, porque imaginaron peligro ante un tornado de mayores dimensiones.

Las travesuras y vivencias de los niños tienen implícita la noción de aprendizaje empírico; las ganas de curiosear, conocer, descubrir el mundo les coloca en posición de apuro, por lo que es necesario el cuidado y orientación de padres o tutores.




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