La sovietización de la salud

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

El sistema sanitario mexicano había logrado una mejora en la expectativa de vida durante las últimas dos décadas, ahora está en proceso de colapso.

Durante la epidemia de Covid en el mundo se experimentaron diferentes mecanismos de atención sanitaria. En Europa se han desarrollado mecanismos de entrega y financiación pública de los cuidados, como sucede en el Reino Unido o la cobertura universal en Francia de diferentes orígenes de financiación pública y privada, o a través del modelo norteamericano de seguro privado de enfermedad. Los sistemas de estilo soviético basados en la nacionalización de la oferta y la gratuidad total de la atención han conducido sistemáticamente a un colapso de la salud pública y a una fuerte disminución de la esperanza de vida de la población.

El sistema sanitario mexicano, basado en los principios de universalidad, igualdad, accesibilidad y pretendida calidad, que había logrado una mejora en la expectativa de vida al nacer durante las últimas dos décadas, ahora está en proceso de colapso.

El acceso a la atención se ha vuelto difícil para la mayoría de los mexicanos, debido a diversos factores relacionados con el endurecimiento del modelo de atención llevado a cabo en el último lustro, afectando tanto a pacientes como al personal de salud. La calidad se está deteriorando con defectos o retrasos en la atención, incluyendo la saturación de las salas de emergencias. La violencia afecta a algunos hospitales. Los trabajadores de la salud han visto precarizada su carrera al tiempo que se contrata a profesionales extranjeros por salarios miserables, mientras que los médicos de primer contacto, empobrecidos y agobiados, desvinculados se ven obligados a ejercer en consultorios adyacentes a farmacias en los que la mayoría de la población busca atención primaria, generando ganancias extraordinarias para quienes explotan este modelo de cuidado.

La escasez de medicamentos es endémica, especialmente en lo que respecta a los anticancerígenos y los antiinfecciosos. La industria farmacéutica mexicana, líder en Latinoamérica en el año 2000, ha sido degradada, señalada y marginada. Nuestro país produce menos de un tercio de los medicamentos y menos del 10% de los productos innovadores que consume. La investigación, que recibe recursos públicos por una fracción ínfima del PIB está viviendo una debacle, ilustrada por el fiasco de la vacuna y los ventiladores contra el Covid. Por último, la sostenibilidad financiera del sistema de salud ya no está garantizada y genera un déficit estructural de miles de millones de pesos.

La desintegración del sistema sanitario mexicano no tiene su origen en la epidemia de Covid, que sólo la puso en evidencia. Se debe a males estructurales y a décadas de políticas absurdas.

El sistema de salud no está pensado para garantizar el acceso y la calidad de la atención, sino para avanzar hacia la gratuidad de todos y para todos. No obstante, los gastos del bolsillo para los hogares no solamente no se han reducido frente al envejecimiento de la población y a la epidemia de enfermedades relacionadas con la obesidad que generan un aumento de los costes del 4% anual, mientras que el crecimiento de la disponibilidad de servicios sanitarios es ahora cuatro veces menos a tasa anualizada. Por lo tanto, estamos ante la caída de la calidad de la atención y su racionamiento obligado.

A lo largo de los años, la prestación de cuidados ha sido totalmente desorganizada y desconectada de las necesidades de los mexicanos. La medicina comunitaria ha desaparecido y ahora es víctima del bajísimo precio de las consultas. Los hospitales se han visto asfixiados por las urgencias, por la regulación presupuestaria, por la falta de especialistas y personal paramédico y burocracia, por la falta de inversión y el sobreendeudamiento.

El rescate del sistema sanitario mexicano no requiere medidas de emergencia, sino una transformación profunda, a la altura de lo que emprendieron Alemania y los países escandinavos -no propiamente Dinamarca-. Debería organizarse en torno a ejes claros:

  1. la gestión por la calidad de la atención y no por su libre uso, con miras a una medicina eficiente;
  2. una inversión significativa en prevención basada rigurosamente en datos sanitarios;
  3. la reorientación del Estado hacia la salud pública, la planificación y la evaluación, combinada con la descentralización de la gestión de las instituciones;
  4. la reconfiguración de la oferta en torno a derroteros asistenciales estructurados en tres niveles: médicos generales bien remunerados, hospitales de corta estancia, estructuras especializadas en cuidados de larga duración y con alta tecnología;
  5. Inversión masiva en tecnología para mejorar la productividad de la atención;
  6. Por último, una estrategia de deslocalización industrial y apoyo a la innovación, que conduzca a pagar el precio real de los medicamentos.

Ya es hora de romper con la lógica soviética que está arruinando nuestro sistema de salud, basada en una falsa gratuidad, pero una escasez real, una caída real en la calidad de la atención, una verdadera ruptura con la innovación y el progreso médico.




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