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Huberto Meléndez Martínez

Aceptar el reto

Aceptar el reto

Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado con reconocimiento y afecto al Psic. Aurelio Ortiz Parga A media mañana, poco antes del receso en la jornada de aquel día otoñal, un puñado de estudiantes expresaba su inconformidad por recibir la noticia de reportes asignados a todos ellos, por incidencias cometidas en su comportamiento. El maestro Anselmo procurando mantener la cordura, pretendió … Leer más

Huberto Meléndez Martínez
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22 de febrero 2022

Dedicado con reconocimiento y afecto al Psic. Aurelio Ortiz Parga

A media mañana, poco antes del receso en la jornada de aquel día otoñal, un puñado de estudiantes expresaba su inconformidad por recibir la noticia de reportes asignados a todos ellos, por incidencias cometidas en su comportamiento.

El maestro Anselmo procurando mantener la cordura, pretendió hacerlos entrar en razón.

Los muchachos eran quienes constituían “El tremendo segundo ‘A’” en esa escuela secundaria.

Prácticamente en todas las situaciones de problema de indisciplina estaban involucrados, riñas en los pasillos, útiles escolares desaparecidos inexplicablemente de otros alumnos; eran prolíficos para asignar sobrenombres a sus condiscípulos, profesores y directivos; inventaban relaciones de romance entre chicos y chicas, generando problemas de celo y desencuentro entre las parejas “formalizadas” (donde ellos sacaban ganancia porque ahí había varios conquistadores de muchachas); había registro de inasistencia en algunas clases o llegaban puntuales, pero con cualquier pretexto salían y no regresaban (preferían estar en las canchas deportivas); se arremolinaban en la cooperativa haciendo ruido y bromas para confundir a quienes despachaban los productos al momento de hacer las cuentas en las que los responsables ordinariamente salían desfalcados, etc.

Por cuestiones de organización escolar, en la clase de Educación Tecnológica eran los del Taller de Electricidad, por lo tanto, el grupo estaba formado sólo por varones, lo cual era un factor en el que se manifestaba la afinidad para intervenir y ser parte de toda inquietud o desorden.

Había varios elementos desafortunados en su situación: el profesor de taller se había cambiado de escuela, estaba finalizando el mes de octubre y no llegaba el docente sustituto, porque ese plantel estaba muy alejado de otras ciudades, factor desfavorable para ingenieros o técnicos que pudieran cubrir esa vacante. Por ello en el horario de clases tenían ocho horas a la semana sin atención en esa asignatura. Indudablemente que estos muchachos necesitaban ocupar ese tiempo y, a falta de personal, se generaban condiciones propicias para el desbarajuste.

Las travesuras trascendían del Departamento de Prefectura hacia la Subdirección e incluso a la Dirección. Literalmente estos alumnos eran el dolor de cabeza de maestros y directivos.

Circunstancialmente arribó al plantel un maestro de Artes y de inmediato el Director lo asignó para fungir como asesor (o tutor), quien tendría asignadas las responsabilidades de dar alcance a todas los asuntos relativos al rendimiento académico, incidencias de conducta y participación escolar.

El nuevo profesor asumió el reto porque coincidió con el Director en cuanto a reconocer que aquellos estudiantes sólo ocupaban atención y una buena conducción a su desasosiego, pues había elementos con virtudes académicas y deportivas, una semana después llegó el mentor que faltaba y el grupo pronto tuvo liderazgo en su desempeño.

Prácticamente en toda problemática juvenil, es imprescindible atender el vacío en el seguimiento y acompañamiento para conducir y orientar adecuadamente sus inquietudes, pues en esos años son quienes carecen (adolecen) de elementos de madurez por estar viviendo el pleno desarrollo de su personalidad.

 

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