Una mamá con esperanza

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Al amigo Daniel Tovar Herrera, con especial admiración. Llegar de vacaciones y encontrar a su madre afanada en el tallador de lechuguilla, constituyó una escena ordinaria en cada regreso a casa. Doña Eva procuraba obviar tiempo en las labores domésticas y atención de sus siete hijos, para incrementar el ingreso que el esposo se esforzaba … Leer más

Al amigo Daniel Tovar Herrera, con especial admiración.

Llegar de vacaciones y encontrar a su madre afanada en el tallador de lechuguilla, constituyó una escena ordinaria en cada regreso a casa. Doña Eva procuraba obviar tiempo en las labores domésticas y atención de sus siete hijos, para incrementar el ingreso que el esposo se esforzaba en conseguir para mantener a la familia.

El primogénito, solidariamente hacía el relevo en tan ingrata actividad. Su papá prefería mandarlo a cortar la pulla (cogollos de la lechuguilla, palma y espadín para extraer ixtle), pues en ello había mostrado mayor habilidad.

La producción de esta fibra era ocupación generalizada en los habitantes de su pequeño pueblo, pues podía realizarse en cualquier época del año, por ser una planta xerófila, su crecimiento era permanente, aunque los vecinos preferían cultivar la tierra “en tiempos de aguas”, pues según la cantidad de lluvias había mayores probabilidades de éxito económico.

Sin saberlo, cargaba en sus espaldas la responsabilidad de ir abriendo camino para que sus hermanos menores siguieran sus pasos en la escuela, a pesar de que ahí sólo podía cursar hasta tercero de primaria.

Un maestro advirtió algunas cualidades intelectuales en Daniel y habló con don Marcelino, su padre, para que lo mandara a un internado a la capital del Estado, donde terminaría la instrucción Primaria.

Recorrer 12 kilómetros a pie para tomar el autobús, en la búsqueda de un mejor futuro, se prolongó por tiempo indefinido, pero fue una buena inversión en esfuerzo y sacrificio, pues ir hasta San Juan del Retiro, Coahuila, a casi 600 km del terruño, para estudiar secundaria fue más fácil, porque “el corte del cordón umbilical”, ese desprendimiento que muchos adolescentes se niegan a experimentar, ya había cicatrizado; hasta aprendió a subsistir sin ayuda de mayores.

En una ocasión la ancianita que les cocinaba en San Juan, se fue a Monterrey a atender una emergencia médica y los adolescentes quedaron solos. Cocinaban sendas cazuelas con sopa de fideos y degustaban con deliciosas tortillas de harina que habían aprendido a cocinar. Con hambre todo alimento es más sabroso.

Tres años después su trayecto se redujo a la mitad para estudiar docencia.

Hoy recuerda como anécdota la experiencia traumatizante y fallida en el aprendizaje del pastoreo. Una ocasión apenas había salido de la comunidad hacia el monte con un primo, cuando empezó a llover. Las cabras se alborotaron y corrieron hacia el cerro.

Divertidos los niños les dejaron ir. Después del aguacero las buscaron infructuosamente ganando fuerte reprimenda de sus tutores, quienes a esa hora se fueron a rastrearlas, mismas que ya venían de regreso. Habían reconocido “la querencia”.

De los siete hermanos, Victoria se dedica al hogar, Dora al comercio, Gerardo es empresario, Isaías es abogado, sólo Epifanio fue de bracero a Estados Unidos (que prácticamente era el destino de todos) y Juan es contador.

Aquel sueño atesorado por su madre había cristalizado: ver realizados a sus hijos en mejores condiciones de vida.




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