Festejo comunitario

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

“¡Zapatéllale, Borraoooo!”, gritaba eufórico el maetrso Toño, seguida la expresión de fuertes silbidos del público, entusiasmados en ambiente de animosidad para que los bailarines imprimieran garbo, flexibilidad, fuerza, al ritmo de la polka Viva Linares. La bulla surtió efecto porque los varones lograron sincronizar con la ligereza de las coquetas bailadoras, quienes apoyadas por las … Leer más

“¡Zapatéllale, Borraoooo!”, gritaba eufórico el maetrso Toño, seguida la expresión de fuertes silbidos del público, entusiasmados en ambiente de animosidad para que los bailarines imprimieran garbo, flexibilidad, fuerza, al ritmo de la polka Viva Linares.

La bulla surtió efecto porque los varones lograron sincronizar con la ligereza de las coquetas bailadoras, quienes apoyadas por las maestras, habían puesto mayor esmero en su arreglo personal cuidando los detalles en el maquillaje para la iluminación nocturna, sombras, tocado y vestuario impecable, con el colorido característico de la indumentaria tradicional norteña.

La ejecución estaba bien armonizada. Desde los ensayos era grato ver que Lety Natera, su pareja, mostraba una ligereza comparada con una pluma, lo que generaba expectación para el cercano día de la presentación.

El traje de los varones se reducía a la simpleza del pantalón de mezclilla, camisa vaquera a cuadros, sombrero, paliacate rojo al cuello y botines. Estaban forzados a lucir el dominio de los pasos, contorsiones, actitud alegre, sincronización tanto con la pareja, como con el conjunto.

El más joven era Omar Ulises, pero por lo mismo era el más distinguido del baile.
Este muchacho quería participar en todas las actividades académicas, deportivas y culturales, pero ante la incompatibilidad de los horarios de los ensayos, tuvo que dejar otras de gran interés.

Aquella cancha de básquetbol iluminada lo suficiente por la comisión a cargo del maestro Javier Arredondo, para hacer lucir las actuaciones, se convirtió en el escenario propicio para aquel festejo del Día de las Madres. El comité sociocultural no permitió que las mamás cargaran una silla desde su casa, como acostumbraban hacerlo. Asignó personal para que colocaran el mobiliario escolar, como distinción por el homenaje en su honor.

El responsable del sonido había hecho pruebas suficientes para ecualizar la música, colocar el volumen sobre los gritos, los aplausos. Escucharon con nitidez el saxofón, la guitarra, el contrabajo, facilitando el conteo de pasos y evoluciones del grupo de danza.

Seguramente a Omar le permitía destreza física el pertenecer también a la selección de vóleibol, subcampeona en los recientes encuentros deportivos estatales inter secundarias.

El equipo de aseo no daba crédito al ver levantar polvo con la ejecución de los pasos del bailable, en particular cuando el técnico del aparato de sonido bajó el volumen aparentando una falla técnica y hacer lucir la interpretación de los bailarines, quienes imprimieron más fuerza al zapateado, saturando el ambiente con más aplausos, vivas, silbidos y porras.

Al término del programa hubo un inusitado colofón: la sirena de un tren carguero, anunciando su paso, haciendo vibrar el suelo con el ritmo de sus ruedas en los rieles.

En escuelas de poca población escolar, los alumnos participan en varias actividades como preparativos, durante el desarrollo, al cambiarse el vestuario para otras actuaciones; al final del evento, reacomodando equipo y mobiliario. La formación educativa de esas generaciones fue más completa, como pudieron advertirlo al cursar el bachillerato o la profesional.

*Director de Educación Básica Federalizada




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