Experiencia docente incomparable

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado al colega José Luis Romo, por hacer honor al maestro rural. Con las emociones acumuladas por las vivencias de los últimos cuatro años estudiando, nervioso, con los naturales temores de quien empieza a ejercer la carrera, pero decidido al confiar en sus cualidades, la preparación y la expectativa añorada por ser profesor rural, iba … Leer más

Dedicado al colega José Luis Romo, por hacer honor al maestro rural.

Con las emociones acumuladas por las vivencias de los últimos cuatro años estudiando, nervioso, con los naturales temores de quien empieza a ejercer la carrera, pero decidido al confiar en sus cualidades, la preparación y la expectativa añorada por ser profesor rural, iba hacia el sureste potosino.

Recibió en la Secretaría de Educación Estatal el documento denominado “Orden de comisión” donde después del remitente, el lugar y la fecha, aparecía su nombre, flamante, era gratificante ver el primer oficio dirigido formalmente a él, por parte de la autoridad representante de la Educación Pública en México; le notificaba que a partir de esa fecha se desempeñaría como docente de grupo en una escuela unitaria, al final iba la firma del alto funcionario. Todas las satisfacciones de la graduación, la despedida, el saberse titulado, alcanzar el sueño después de tantos esfuerzos por mantener buenas calificaciones eran parte de su biografía. Ello le hizo sortear las vicisitudes venideras del inicio de su trabajo.

Tendría a su cargo 21 alumnos de primero a sexto grado. Contento reconoció el salón de clases, el patio; Casa del maestro, una construcción con dos estancias donde radicaría por el tiempo que fueren necesarios sus servicios. Todo parecía agradable. Por su origen sabía de la hospitalidad de la gente, pronto consiguió quien le asistiera con los alimentos.

Ninguna circunstancia le hizo flaquear, al contrario, ante cada dificultad se sobreponía por sus convicciones.

La falta de experiencia enfatizó en la atención de los niños de primer grado porque hasta entonces quedó frente al más grande reto profesional: ¿Cómo enseñarlos a leer? Literalmente tenía en blanco su pensamiento. Angustiado preguntaba a los camaradas de su Zona Escolar. Las respuestas sonaban evasivas, los consejos del Supervisor no aplicaban en ese contexto. Desesperado hurgaba entre los libros de texto, nada podía iluminar sus ideas.

Esperaba un milagro, pero gracias a su tesón y paciencia, gradualmente los niños empezaron a unir letras, palabras y frases.

Quizá ello representa la mayor valía de un mentor de Educación Básica. Quien no haya enseñado las primeras letras difícilmente puede tener completa la visión del magisterio. Quienes lo consiguen consideran que es la mejor experiencia educativa de un profesor.

“Pa’ los toros del jaral, los caballos de allá mesmo”, dice el refrán campirano. El antecedente campesino del maestro Romo y la formación normalista le sensibilizaron hacia el cumplimiento responsable de los horarios y las jornadas hábiles.

Sólo dejaba la comunidad en los periodos vacacionales.

Dado su buen trabajo, en opinión de los vecinos, al siguiente ciclo hubo un acontecimiento deseable en todo educador: la matrícula subió a cerca de cincuenta alumnos, por lo que tuvo que llegar otro compañero. Anteriormente las familias mandaban a sus hijos a escuelas de otras rancherías vecinas, donde había docentes más cumplidos.

Aquellos primeros tres años fueron gratificantes, enriquecedores, adquiriendo experiencias perennes, cumpliendo con la misión y enalteciendo la función del maestro rural.

*Director de Educación Básica Federalizada [email protected]




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