Encuentro inesperado

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A un buen amigo, condiscípulo en la Escuela Normal Básica, con especial afecto. En el pasillo de la escuela se vieron fundidos entrañablemente en un abrazo. Prescindiendo de una cámara fotográfica para preservar la escena, esa imagen quedó estampada para siempre en la memoria, porque parecían emitir destellos de emoción. Padre e hijo apretaban sus … Leer más

A un buen amigo, condiscípulo en la Escuela Normal Básica, con especial afecto.

En el pasillo de la escuela se vieron fundidos entrañablemente en un abrazo. Prescindiendo de una cámara fotográfica para preservar la escena, esa imagen quedó estampada para siempre en la memoria, porque parecían emitir destellos de emoción.

Padre e hijo apretaban sus brazos uno en torno al otro con afecto desbordado, queriendo transmitirse los sentimientos guardados por una larga espera de casi quince meses. Se escucharon sollozos, los estudiantes cercanos mostraron respeto, alejándose prudentemente o eludiendo transitar por ese espacio, que pareció consagrarse por ese singular encuentro (que estaría repitiéndose en tiempo posterior, con otros muchachos y sus progenitores).

Un año sin ver a los papás es mucho para un adolescente y para ellos también, aunque parezcan ocultarlo. En esa temporada circularon cartas de ida y vuelta con noticias recíprocas, donde seguramente el joven comentaba sus actividades escolares, la forma de sobrevivir con el apoyo de una beca, los nuevos maestros, condiscípulos, amigos, vecinos, características del plantel, calificaciones, entre otras cuestiones. Los padres inquirían con insistencia queriendo saber principalmente sobre su salud y estancia, porque desconocían el lugar, pues la insolvencia económica les restringía la posibilidad de visitarlo con la frecuencia deseada.

Cuando el alumno se graduó de la secundaria, se fue a la frontera buscando parte de su parentela; allá pasó el verano acomidiéndose en colaborar con las actividades de la familia que lo recibió. Añoraba seguir estudiando pero las opciones eran mínimas. Por fortuna el cielo pareció iluminarse al recibir la noticia de sus compañeros, de presentar solicitud en una Escuela Normal de nueva creación.

Con los pocos pesos que consiguió reunir en ese verano, acudió a sustentar los exámenes y al enterarse de ser aceptado, fue a entregar sus documentos para inscribirse. Con las últimas monedas compró una pluma, un lápiz, sacapuntas y un solo cuaderno tamaño profesional para todas las materias.

El curso de primer grado fue eterno, pero con muy buenos resultados académicos. En las vacaciones, en lugar de ir a casa se fue nuevamente a la frontera. En el camino andado, logró reunir dinero para adquirir un par de cambios de ropa y calzado, por eso el tiempo de ver a sus papás y hermanos se fue prolongando.

Regresó a tercer semestre y fue entonces que su papá, aquel señor de rostro dulce, de pelo cano, de andar lento, pero seguro, denotando una personalidad apacible, noble, ecuánime que inspiraba respeto y contagiaba esa serenidad que sólo los hombres de experiencia pueden transmitir, con habilidad organizó el gasto logrando reunir lo necesario para costear los pasajes del viaje para visitarlo.

Orgulloso estuvo presentando a su padre a los docentes, colegas, amistades.

Madres y padres responsables de su rol, saben de la importancia de arropar a sus hijos, de verificar en qué ambientes se desenvuelven, de la necesidad de hacer sentir el vínculo familiar, de procurar la atención y cuidado durante el crecimiento y desarrollo de los hijos.




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