Angustia familiar

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

¿Dónde más buscarlo? Andaba siempre con su hermano mayor y por su corta edad no podría ir demasiado lejos. Infructuosamente ya habían dado varias vueltas por la bodega, donde a veces jugaban a las escondidas; con la angustia en la cara alguien fue a hurgar por el sembradío de maíz, cuyas matas estaban ya espigando. … Leer más

¿Dónde más buscarlo? Andaba siempre con su hermano mayor y por su corta edad no podría ir demasiado lejos.

Infructuosamente ya habían dado varias vueltas por la bodega, donde a veces jugaban a las escondidas; con la angustia en la cara alguien fue a hurgar por el sembradío de maíz, cuyas matas estaban ya espigando. Lo atravesaron hasta llegar al corral de los animales. Ahí encerraban al “josco” y al “pinto”, los bueyes de la yunta del abuelo, enormes, pesados y bravos. Pero  no estaba por ahí.

El temor se acentuó e iba en aumento especialmente en su mamá, pensando en una última posibilidad… que se hubiera ido al estanque del agua, mismo que estaba desaguándose por las intensas lluvias de la temporada.

Nadie lo vio pasar para allá, además era área restringida para ellos, porque ese estanque ya había sido vaciado años antes, para encontrar a un joven que imprudentemente se metió a nadar y se ahogó.

No encontraron huellas de haber subido el bordo, deberían ser notorias porque el suelo estaba húmedo, dada la tenue llovizna de la noche.

Minutos después la hermana mayor lo jaloneaba de regreso a casa. El pequeño se había ido siguiendo una rana, curioseando cómo lograba saltar tanto, respecto a su tamaño; absorto, viendo cómo se inflaba su cuerpo cuando se le acercaba, percibiendo el croar gutural. Cuando reaccionó, se dio cuenta que estaba en la vereda rumbo a casa de su tía Candela.

Recordó que en visitas anteriores les obsequiaba una tibia tortilla de maíz recién hecha, enrollada con unos cuantos granos de sal. Sólo faltaba cruzar el arroyo para llegar. Sin dimensionar el tiempo fue y en efecto, lo recibió dándose cuenta que había llegado sólo, dijo que lo llevaría de vuelta, pero no hubo oportunidad.

Esta vez el taco fue de frijoles y mientras lo saboreaba irrumpió en la cocina su hermana furibunda, pero aliviada del susto.

“Te va a agarrar a nalgadas mi mamá, está muy enojada porque no te encuentra” decía molesta, sujetando por la mano al menor y caminando deprisa.

Aquella vereda, antes con múltiples atractivos cuando veía a la rana caer entre las piedras o las hierbas, encontrando algunas de blanco y hermoso pedernal o de color oscuro resaltando entre las rocas azulosas del arroyo; ahora estaba convertida en especie de martirio, porque parecía demasiado angosta, dada la velocidad a la que lo llevaban. Las ramas de los huizaches parecían arañarle; las espinas de los tasajillos “pasaban” demasiado cerca de ellos, las piedras del camino ahora parecían más grandes, se tropezaba con ellas a pesar de ir levantando la zancada.

No hubo reprimenda materna… Ella lo recibió con un inusual abrazo fuerte, cálido. Su delantal olía a masa, como las tortillas de la tía.

Los niños de entre 4 y 6 años de edad ocupan una vigilancia permanente y oportuna, porque están en pleno descubrimiento el mundo.




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