
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Hay frases que se clavan en la memoria como las espinas del campo: sin aspavientos, sin pretensiones… pero con una verdad tan profunda que cuesta ignorarla.
Este dicho tan fuerte y real, es una expresión del campo cargada de sabiduría popular, directa, sin adornos, pero profundamente humana.
Hay frases que se clavan en la memoria como las espinas del campo: sin aspavientos, sin pretensiones… pero con una verdad tan profunda que cuesta ignorarla. Esta frase me la contó un buen amigo octogenario, hombre de campo y de experiencias vividas: “Los años capan y ni cuchillo ocupan.”
Cruda, sí. Pero también honesta. Y más que una expresión del paso del tiempo, es una advertencia que apunta a la realidad humana. No me refiero solo al desgaste físico —aunque también—, sino al aletargamiento de los sueños, a la pérdida de vigor en la voluntad, al adormecimiento de las pasiones buenas, esas que dan sentido a la vida.
Porque con los años, sin que nos demos cuenta, empezamos a ceder terreno, en la memoria, en la vista y en los reflejos. Dejamos de luchar por lo que nos mueve, por lo que nos enciende. Nos volvemos cautos en exceso, temerosos del ridículo, rehenes del “ya para qué” o del “eso ya no me toca”, o “en mis tiempos eran mejor las cosas.” Los años van cercenando impulsos, mermando la espontaneidad, apagando el fuego… y todo sin necesidad de un cuchillo. Simplemente, pasa.
Y no hablo aquí sólo de sexualidad, aunque es parte del todo. Hablo de dejar de mirar con deseo la vida. De dejar de tener hambre de objetivos, sed de aventura, necesidad de servir, de amar, de reír fuerte, de bailar sin razón, de decir “te quiero” sin reservas. Porque cuando el espíritu se reseca, el cuerpo solo sigue el camino.
Pero esto no es un lamento. Es una alerta. Una invitación. Porque si es cierto que los años capan, también es cierto que hay quienes se niegan a dejarse capar por el calendario. Gente que sigue amando, sirviendo, caminando, proponiendo, acariciando, soñando… a los 60, 70, 80 años o más. Mujeres y hombres que, con arrugas en la piel, tienen la visión tersa, viva, despierta.
La clave no está en resistir el paso del tiempo como quien pelea una batalla perdida. Está en abrazar el tiempo con dignidad, pero sin resignación. En seguir cultivando la pasión por lo esencial. En no dejar que la edad nos robe lo más valioso: la capacidad de amar intensamente, de conmovernos, de llorar con ternura, de reír con ganas.
Hace unas semanas, en una reunión con antiguos compañeros, noté con tristeza cómo algunos, que en otros tiempos eran encendidos promotores de causas nobles, ahora parecían más interesados en recordar glorias pasadas que en construir algo nuevo. Uno de ellos, tras una larga queja sobre la juventud actual, soltó: “Pues ya no hay mucho qué hacer, los años ya pesan.” Y me vino de inmediato la frase del viejo del campo: “Los años capan y ni cuchillo ocupan.” Porque ahí estaban, con años de experiencia, pero sin filo, sin intención de cortar nada nuevo, sin voluntad de cambiar siquiera una conversación cansada.
Por eso, más que una crítica, esta columna es un compromiso. Un compromiso conmigo mismo y con los que amo: a seguir afilando la mente, a no dejar que la rutina o la edad me roben la alegría de servir, de crear, de aprender. Porque si bien es cierto que el cuerpo envejece, también lo es que el espíritu puede mantenerse joven, siempre que no se le encierre en la nostalgia ni en el miedo. Que no nos pase lo que al cuchillo olvidado en el cajón: que aunque tenga buen acero, si no se usa, si no se afila, deja de servir. Y eso sí sería una verdadera lástima.