
Foto: Cortesía
A día de hoy uno puede ver la piedra negra en la Catedral, justo debajo del campanario.
Todas las personas guardan en su interior una historia, a veces la guardan temerosos del juicio que pudieran darle los otros, a menudo esa historia oculta emerge de algún modo, y dejando grabada una marca, en forma de arrugas por cada gesto de pena, las ojeras inconfundibles de largas noches de desvelo o en la cicatriz que apunta a un corte, puede que accidental o de una enemistad que llegó demasiado lejos.
Los espacios también tienen sus marcas, indicando una historia detrás a la que uno puede llegar a veces solo siendo observador, aunque a menudo pasamos de largo sin reponer en que en nuestro alrededor hay algún detalle que no cuadra y que nos podría llevar a una explicación cuando menos interesante.
No sería extraño el que alguien respondiera con incredulidad el que hay una piedra negra en la catedral zacatecana, pues, seguramente, uno simplemente la obvia y se distrae entre los muchos detalles y símbolos que están escritos en piedra en cada una de las vistosas fachadas de este lugar emblemático.
Pero si uno por un momento se detiene a mirar en la parte trasera de este lugar podrá encontrar ese punto oscuro de entre la cantera rosada, justo debajo del campanario, se mira una piedra oscura, en el centro de esa pared, como un lunar en medio de las piedras de cantera lo que indica que fue puesta ahí con toda la intensión de hacerla el centro de una mirada.
Sin dudas uno no puede evitar preguntarse él por qué esa roca está ahí, y qué clase de material es este.
La respuesta nos lleva a las primeras décadas del año 1800, cuando los hombres buscaban la fortuna adentrándose al subsuelo. En ese entonces dos jóvenes llamados Misael y Gerardo buscaban cambiar su fortuna, extrayendo metales preciosos de entre las tierras.
Misael y Gerardo, habían nutrido una amistad de toda la vida desde su niñez hasta la edad adulta habían vivido aventuras y desventuras, compitiendo siempre la misma suerte. Hermanados por los misma dicha o dolor. Fue cuando recién el más joven de los dos cumplió sus 16 años cuando escucharon de las minas de Zacatecas, y las grandes riquezas que habrían logrado muchos pobres diablos, que habían pasado de no tener nada a tener suficiente plata para vivir plenamente y el derroche.
Ellos llegaron a las tierras de Vetagrande, poniendo su cuerpo como el sostén de su día a día, apoyados el uno del otro en sus tortuosas labores, soportando mirar el abismo cargando sus picos y abriéndose paso entre las rocas un golpe a la vez. Así a lo largo de días y meses sorteaban los riesgos constantes de provocar un derrumbe, o de morir asfixiados por los gases tóxicos de los minerales ocultos en la tierra.
Los dos grandes amigos se habían adentrado a esta labor, llevados por el apetito de ver recompensado el dolor de su cuerpo con grandes riquezas que les dejaran tener una mejor vida. Tras semanas de hurgar en las profundidades no habían encontrado nada pero, a pesar de ello, ya se veían a sí mismos botando sus uniformes llenos de barro y el hollín de sus linternas, para cambiarlos por trajes finos de pana y de colores vibrantes.
Sin embargo, en su triste realidad no había más que jornadas largas sin mirar el sol, de sed insaciable y calor, devorados por las cavernas donde los candiles que colocaban para ver calentaban el espacio y lo llenaban de olor a aceite quemado, así se adentraban en un vaivén entre un ambiente gélido y subterráneo con olor a humedad de cueva y luego a la incandescencia de aceite quemándose y a humanidad sudando.
Misael y Gerardo, dedicaron siete años de su vida en este oficio, consiguiendo malvivir con el sueldo de sus patrones y sin haber hallado una pieza de mineral que fuera para ellos. Por más que hubieran conspirado entre ambos para burlar a sus compañeros y patones, jamás habían tenido la oportunidad de hacerse de una piedra de plata para convertirla en su fortuna.
Un día, los amigos salieron de la mina una hora más tarde de lo acostumbrado, como de costumbre les cerraron la entrada a la mina y los dejaron a su suerte para descansar unas horas antes de que volvieran a la mina. La noche les llegó de pronto y caminando a oscuras se desviaron llegando a encontrar una cueva. Al mirarlos Misael no dudó en entrar a mirar el sitio sin importarle que Gerardo se mostrara más cauteloso, temeroso de que en el sitio pudiera alojarse un bandolero o alguna bestia. Gerardo de malagana se vio obligado a seguir su amigo, temiendo el que al internarse a solas, Misael sufriera de algún infortunio. Sin embargo, cuando miraron el interior encontrando algunos indicios que les hicieron pensar que ahí estaba su riqueza oculta en algún sitio.
Así día a día, los amigos salían de su trabajo en la mina para ir a la cueva picando durante horas en búsqueda de riquezas, una corazonada les hacía creer que en el lugar había algo que cambiaría su destino.
Así pasaron un tiempo, entre desvelos y privaciones cruentas, donde de a poco habían deteriorado su amistad. Diferente a cuando solo trabajaban en la mina, ya no se daban agua si alguno de los dos tenía sed, si tenían hambre ya no se daban alimento, y al caerse, el otro ya no le extendía la mano para levantarlo del piso.
Ambos empezaron a sentir un extraño recelo habían pasado de cavar en lugares separados para explorar más campo a cavar uno mirando al otro, como desconfiando de que si algo llegaba a salir, el otro no le diría a su amigo. Luego de tantas horas de sacrificio finalmente encontraron una roca dorada enorme y brillante que los hizo exclamar con felicidad: “¡Oro, es oro!”.
Los dos mineros se miraron con gran recelo cuando se inclinaron a tomar la piedra al mismo tiempo chocando sus dedos ansiosos de hacerse con el metal. En ese momento repusieron en que antes no habrían dudado en partir la piedra en dos pero, algo ahora los detenía, así que de pronto llegaron a un acuerdo.
-Qué te parece si el que se queda despierto más tiempo se la lleva” dijo Misael.
-¿Cómo?- le respondió Gerardo.
-¿SÍ, qué te parece, si dejamos esto a quien resista más tiempo cuidando la piedra?
-¿Y el que se duerma la pierde, sin ir a buscar al otro, ni reclamarle nada?
-El que se duerma lo pierde todo.
Así lo pactaron y quedaron en vela, sentados uno frente al otro con la piedra dorada en el centro. Así permanecieron sentados durante horas, hasta al día siguiente por la tarde, cuando los otros mineros los fueron a buscar.
Los hombres estaban sorprendidos de hallarse a los dos jóvenes muertos, sentados en el piso mirándose el uno al otro como atentos a que ninguno se llevara una piedra brillante que estaba entre ambos.
Los trabajadores se sorprendieron de ver a Misael y Gerardo con sus ojos de muerto abiertos, vigilándose aun cuando ya no podían apropiarse de esa piedra. Por los gestos y la posición de los cuerpos, las herramientas tiradas y con señas de uso en ese lugar no les quedó duda de lo que había pasado. Supieron que después de todo ya no eran tan amigos.
Pero algo que les sorprendió fue ver como la piedra comenzó a tornarse negra, dejando de ser oro, tan pronto como corrió esta historia el obispo de Zacatecas se enteró del mal augurio que traía consigo la piedra.
Pues al parecer, cualquiera que la tuviera en su poder acababa por morir y al haberse cobrado tantas vidas decidió que lo mejor era colocar esa piedra negra en la Catedral, debajo del campanario, como a día de hoy uno puede verla en la parte trasera del templo.