
José Luis Medina Lizalde.
La iglesia católica es factor interno en naciones como la nuestra, no obstante la irreversible victoria del laicismo, el clero mexicano no es pasivo espectador del acontecer nacional.
No le bastaron doce años al Papa Francisco para culminar la tarea que emprendió contra la corrupción y los privilegios anidada en el Estado Vaticano, su sucesor enfrentará la disyuntiva de dejar inconclusa la batida contra el opresivo orden de cosas o continuar con la transformación emprendida por su antecesor.
Como argentino tuvo ocasión de conocer los estragos que las élites avarientas de privilegios ocasionan a los pueblos, la dictadura de los militares y la corrupción de los civiles han sido las fórmulas mediante las cuales la minoría encumbrada se adueña de recursos naturales, explota el trabajo y se asocia con apetitos extranjeros al precio de mantener al pueblo en mísera condición.
Como latinoamericano fue cercano testigo de dos iglesias católicas predicando a nombre de la misma religión, la iglesia integrada a las poderosas minorías concentradoras de la riqueza y la que cultiva comprometida cercanía con los pobres.
Cuando se saca “la rifa del tigre” que se anuncia al mundo mediante humo blanco el vaticano había participado de los planes de disolución del estado de bienestar para remplazarlo con el neoliberal, bajo la conocida triple alianza geo-política entre Ronald Reagan, Margaret Tatcher y Juan Pablo II.
El mundo católico había experimentado con anterioridad las dos grandes orientaciones contrapuestas características del poder eclesiástico, la de cercanía con los encumbrados que tuvo en Pío XII su fiel expresión y la de Juan XXIII.
Para impulsar la cercanía con la feligresía popular, hizo de la austeridad su prédica viva, rechazó vivir en los lujosos aposentos destinados a su investidura optando por modesto departamento y dejó dispuesto que su ataúd fuera modesto y que sus restos fueran depositados en sitio distinto al reservado a los pontífices, rodeado de pompas incompatibles con las enseñanzas del fundador de su religión.
Le jaló la cola al tigre al ordenar la reducción de los poderosos cardenales y de la burocracia dorada correspondiente.
Brindó su decidida solidaridad con las víctimas de injusticias, se confrontó con los poderosos intereses detrás del genocidio en Palestina.
Denunció el neoliberalismo.
En las próximas semanas, un aproximado de 130 cardenales elegirán a un líder político que conducirá la iglesia católica por alguno de los dos grandes rumbos opuestos posibles, el del mundo sometido al capital o el de la justicia social.
La iglesia católica es factor interno en naciones como la nuestra, no obstante la irreversible victoria del laicismo, el clero mexicano no es pasivo espectador del acontecer nacional.
En los altos círculos del clero mexicano ha prevalecido históricamente la cercanía con los encumbrados, cuando la lucha por nuestra independencia excomulgaron a nuestros más destacados héroes, cuando los gringos nos invadieron, conspiraron contra el gobierno mexicano en beneficio de los invasores (la rebelión del los Polkos), a Maximiliano lo recibieron con fastuosos actos litúrgicos, hicieron lo que pudieron para evitar el reparto agrario al grado de espantar a los campesinos con irse a los infiernos si aceptaban una parcela arrebatada “al amo” (En Malpaso).
Han participado en todas las campañas contra el libro de texto gratuito y obligatorio que se han emprendido desde que López Mateos lo estableció. Eso de que “Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” no va con que desde la misa llaman a votar por los que ellos prefieren, aunque la ley se los prohíba
La élite del clero mexicano es fiel aliada de las otras que se disgustan lo mismo con los programas sociales que con la reforma judicial ¿Tendrán la suerte de que el sucesor de Francisco sea portador de la orientación elitista?
No es fácil la respuesta, la otra iglesia, la que cultiva la cercanía con los humildes también existe, es la que se afana por aliviar los sufrimientos de los migrantes, la que se solidariza con el torturado en vez de ser cómplice del torturador, la que respalda la transformación que conduce a la justicia en que se empeñan todos los pueblos de la tierra
Javier Milei, presidente de Argentina, ofrece formidable demostración de la hipocresía característica de las élites en los tiempos actuales al externar “gran pesar” por la muerte del Papa Francisco como si no lo hubiese denostado como el “representante del maligno en la tierra”, solo por su postura en contra el neoliberalismo, la misma hipocresía que los medios de difusión que antes silenciaron los pronunciamientos progresistas del líder católico.
El Papa Francisco deja un testimonio de lo vital que es para la humanidad la lucha contra la corrupción y los privilegios, su ejemplo de austeridad vaticana (y republicana) le deja muy alta la vara al clero que predica el evangelio en lujosos campos de golf.
Nos encontramos el lunes en Recreo