Jesucristo, en la historia de la salvación, se ha manifestado como la luz del mundo

INTRODUCCIÓN Hermanos (as): El tiempo de la Cuaresma que nos prepara debidamente para celebrar con mucho fruto espiritual la Pascua de Resurrección, ha ido avanzando. Estamos ya en el IV Domingo de este tiempo y en él, la Iglesia nos llama, para que en medio del ambiente cuaresmal de penitencia, ayuno, oración, abstinencia, limosna y … Leer más

INTRODUCCIÓN

Hermanos (as): El tiempo de la Cuaresma que nos prepara debidamente para celebrar con mucho fruto espiritual la Pascua de Resurrección, ha ido avanzando.

Estamos ya en el IV Domingo de este tiempo y en él, la Iglesia nos llama, para que en medio del ambiente cuaresmal de penitencia, ayuno, oración, abstinencia, limosna y sobriedad, con actitudes de arrepentimiento de nuestros pecados y rechazando las insidias del maligno, lo vivamos con gozo y profunda paz y tranquilidad en nuestras almas, animándonos para seguir con empeño y aliento renovados,  brillando con la gracia de la Pascua como luz que esplende en el desarrollo de nuestra vida que ha de ser iluminada con la Resurrección del Señor desechando las tinieblas del pecado y de la muerte de nuestras almas.

Así pues, este domingo que ahora celebramos, nos debe dar luz y alegría, recurriendo a la antífona de entrada: “Alégrate, Jerusalén y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad” (Is 66, 6-II). ¡Ánimo, pues, hermanos y que nuestra Eucaristía de este domingo, nos haga fuertes y generosos para seguir a Jesús hasta la muerte para luego conquistar, la luz y el gozo eternos de la Resurrección!

Entremos ahora a la segunda parte doctrinal de esta homilía.

CRISTO SE NOS HA REVELADO COMO LUZ DEL MUNDO.

“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Nos damos ahora cuenta, que el evangelio de este domingo subraya esta afirmación de Jesús.

Él ha venido a este mundo con el fin de mostrarnos el camino para pasar de la oscuridad a la luz, de la ceguera a la visión clara, del miedo a la seguridad reconfortante de nuestra fe.

Por esto que decimos, el reto y el esfuerzo de nuestra parte es vivir bajo esta luz, desechando las tinieblas del pecado y triunfando con la ayuda de la gracia luminosa, las tentaciones e insidias del maligno, quien continuamente y sin desmayar tienta a los hombres para apartarlos de Dios.

Hoy la Iglesia proclama, el segundo de los grandes segmentos del evangelio de San Juan: la curación del ciego de nacimiento operada milagrosamente por Jesucristo, autor de la luz y la salvación con abertura plena, sin límites y sin fronteras.

Toda esta narración un tanto larga, pero muy hermosa llena de enseñanzas, que deben alimentar nuestra vida cristiana, personal y comunitaria, está marcada por la afirmación de Jesús al inicio de este pasaje:

“Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo” y es a la vez, una ampliación que nos recuerda vivamente las palabras de Jesucristo, maestro de la vida perdurable: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

La narración del evangelio que estamos considerando, describe de manera dramática el proceso del ciego de nacimiento. Jesús cura por propia iniciativa, sin ninguna petición de parte del ciego.

Luego sigue un largo proceso, en el cual el único que tiene el coraje y la valentía, de reconocer el don milagroso que el Señor le ha hecho, es el mismo ciego curado en medio de la defección de los testigos y observadores del milagro y la de sus propios padres y ante la oposición de judíos y fariseos, quienes acaban excluyendo injustamente de la sinagoga al ciego curado por Jesucristo.

Después de este intricado proceso, resulta que es una especie de prueba, de fidelidad y acción de gracias. Fue entonces, que Cristo se le revela y el ciego curado profesa su fe en él: “Creo, Señor y postrándose, lo adoró”. De esta manera podemos ahora nosotros, personas de fe, captar, comprender y aceptar plenamente y sin restricciones, que CRISTO ES VERDADERAMENTE LUZ Y LUZ DEL MUNDO.

VIVIR EN CRISTO Y COMO CRISTO, VERDADERAMENTE LUZ DEL MUNDO

Para realizar esta verdad en nuestras vidas, es muy necesario tener en cuenta la realidad sobrenatural y práctica de nuestro bautismo. Este sacramento es la participación de nuestra vida en Cristo.

Efectivamente para todos y cada uno de los que somos cristianos, por el bautismo somos consagrados para ser hijos adoptivos del Padre eterno, hermanos de Cristo el primero o primogénito de entre muchos hermanos y morada santa del Espíritu Santo quien nos inhabita ahora y para siempre. Pero tengamos en cuenta también, que nuestro bautismo es una “iluminación”.

Por él entramos a ser luz del mundo y sal de la tierra y por esto ser “iluminados” con la gracia, dones y carismas que Dios nos regala para el tiempo de nuestra estancia en la tierra y para el “más allá” en la vida eterna del cielo, hacia donde caminamos siendo testigos de la luz y trasmisión del evangelio, como heraldos que brillan por las buenas obras desechando siempre las tinieblas del pecado y dejando de lado definitivamente las insidias y tentaciones del demonio.

Hoy debemos pedir humildemente a Jesucristo, que abra nuestros ojos como al ciego de nacimiento; del cuerpo y el alma a la luz de los valores evangélicos en un mundo harto difícil en el cual vivimos y debemos dar nuestro testimonio auténticamente cristiano, con pensamientos, obras y palabras, como son: la vida y el amor compartidos.

El trabajo y la justicia para todos y cada uno; la convivencia segura y la generosa solidaridad con los hermanos sin acepción de personas, para poder renovarnos, ahora y siempre, en nuestra opción bautismal y entonces en espíritu de certeza verdadera, ser “luz del mundo y sal de la tierra” en tiempos que nos retan cada día para ser mejores cristianos que irradien la vida gozosa de Cristo inmortal y glorioso y nosotros con quien nos salva de toda tristeza y pecados, estableciéndonos en la seguridad de su amor poderoso, brillante y perfecto.

¡Que así sea queridos hermanos en Cristo Jesús, María, San José y todos los Santos!

+ Fernando Mario Chávez Ruvalcaba

Obispo Emérito de Zacatecas

 




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