Perfil del cristiano en el seguimiento total de Cristo

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Foto: cortesía
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Foto: cortesía

Teniendo muy en cuenta el evangelio de este domingo, según San Lucas, encontramos algunas consignas de Jesús que tienen sentido pleno en el contexto de su camino hacia Jerusalén en donde encontraría su muerte en cruz, como expresión absoluta de su entrega amorosa y total para salvarnos. Jesús nos dice a todos los que quieran … Leer más

Teniendo muy en cuenta el evangelio de este domingo, según San Lucas, encontramos algunas consignas de Jesús que tienen sentido pleno en el contexto de su camino hacia Jerusalén en donde encontraría su muerte en cruz, como expresión absoluta de su entrega amorosa y total para salvarnos. Jesús nos dice a todos los que quieran seguirlo y ser sus discípulos, afirma: Si alguno quiere venir conmigo y no pospone a sus familiares, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Y para reforzar la seriedad de tal opción fundamental por ese seguimiento del Señor, enseña dos breves parábolas que lo definen: el cálculo previo de construir una torre de todo a todo para no quedarse sin acabar de construirla y por otro lado calcular de qué manera se pude dar una batalla con un ejército que en número no sea inferior ante el enemigo que viene con ejército más numeroso. Y concluye Jesús:

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. Si antes pedía el desapego de la familia, de suyo muy querida y valiosa, ahora lo hace extensivo a los bienes materiales. Pero aclaremos ya de antemano, que Cristo al decirnos que su seguimiento está por encima del valor de la familia no es que esté contradiciéndola en ese valor positivo y sano. Él habla de preferir, pero no de excluir, en ese sentido, Cristo reclama el primer lugar, por encima de la familia, de los éxitos y bienes materiales que, sin perder su valor quedan referidos a la primacía de su persona.

Algunos elementos que caracterizan el seguimiento de los cristianos en pos de Jesucristo

Desde luego la práctica de las tres virtudes teologales que hemos recibido en y con nuestro bautismo: Fe en las enseñanzas de Cristo, esperanza en sus divinas promesas de salvación y el amor a Dios por encima de todas las cosas creadas y por esto mismo el amor a nuestros semejantes. De esta manera, hemos aprendido que el cristianismo consiste fundamentalmente en el cumplimiento de estos dos mandamientos como la plenitud de la ley.

Además, si nos preguntamos por lo esencial en nuestro cristianismo, por el núcleo central y constitutivo de nuestra fe y seguimiento, tendremos que contestar que no lo son únicamente unos dogmas, unas normas morales, un culto litúrgico y sacramental, una ley canónica, una jerarquía institucional de servicio, una Iglesia y un libro revelado (la Biblia), sino con todo esto y sobre todo, la persona de Nuestro Señor Jesucristo que murió por nuestros pecados y resucitó por nuestra salvación temporal y eterna. Él es el mesías, el Hijo de Dios encarnado, es decir con rostro humano. Él es la piedra angular de todo el edificio eclesial, porque solamente Jesucristo, es definitivamente: el camino, la verdad y la vida como él mismo nos lo ha revelado para siempre. Y por todo esto la carta a los Hebreos nos enseña que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy, mañana y para siempre”. Sin Cristo no somos nada ni nadie y San Pablo ha dicho que todo lo somos como cristianos con Él, por Él y en Él.

Existen tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islamismo, profesadas por millones de hombres creyentes en el mundo. Si nos preguntáramos qué es lo que distingue específicamente al cristiano de los fieles de esas otras dos religiones, habremos de responder que nuestro Dios es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Dios que Él nos ha revelados: Dios uno en tres personas; Dios Padre y amigo de todos los hombres de la historia de la salvación, especialmente de los pobres: el Dios del “Magníficat” de María, la Madre del Señor y Madre nuestra.

El modo de ser de los cristianos auténticos

Ser cristiano es imitar, seguir y revestirse de Cristo. Es tener sus mismos sentimientos y actitudes en la vida de cada día y en su modo de ser y conducta. A la luz de su fe, el cristiano inspirado siempre por el evangelio, tiene una visión de la vida, del hombre, del mundo y de los problemas humanos, bajo una luz y perspectiva distinta. Cuando la fe es robusta, iluminada y firme en pensamientos, palabras y obras, entonces adquiere estabilidad de ánimo que lo lleva a luchar ante los retos, problemas, dolores y dificultades que la vida presenta a cada paso de nuestra existencia. Entonces, se manifiesta en él, la alegría de vivir, compartir lo que se tiene con bienes materiales y espirituales. El que es buen cristiano tiene estabilidad de ánimo y aunque sufra mucho en algunos momentos difíciles de su vida, sale delante, confiado en el poder y la gracia divinos.

Su actuar a la luz de su fe, el cristiano es atrayente, se muestra siempre abierto a lo que Dios quiere de él y llevar a efecto su compromiso de servicio, generosidad y entrega generosa hacia los demás, compartiendo sus bienes, su tiempo y su persona, de esta manera realiza su caridad y su fraternidad en Cristo.

Podemos ahora concluir nuestra homilía, afirmando: que, en la vida del cristiano, deben realizarse tres actitudes del discípulo que es de Cristo: fe inquebrantable, esperanza alegre por vivir en estado de gracia y confiando en Dios y sobre todo caridad ardiente fuente de su amor con obras de paz, fraternidad, amistad y bien. Y la razón de todo esto que debe caracterizar al buen cristiano, es su vida en Cristo muerto y resucitado, vencedor del pecado y de todo lo que es y produce muerte y tristeza malsana: Ser testigo de esta vida es honor y deber del cristiano como luz irradiante ante el mundo presente y hacia el “más allá”.

Obispo emérito de Zacatecas*




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