El amor misericordioso de Dios, sin excepción universal de personas

Cristo nos enseña y nos pide que no podemos actuar despreciando a nuestros semejantes.
Cristo nos enseña y nos pide que no podemos actuar despreciando a nuestros semejantes.

La proclamación de la palabra de Dios en este domingo, comprende íntegro el capítulo 15 del evangelio de San Lucas, con las tres parábolas de la misericordia de Dios: oveja descarriada, moneda de plata perdida (dracma) y el hermoso y conmovedor relato de la parábola del hijo pródigo. Subrayo el ambiente adverso que vivió Jesús … Leer más

La proclamación de la palabra de Dios en este domingo, comprende íntegro el capítulo 15 del evangelio de San Lucas, con las tres parábolas de la misericordia de Dios: oveja descarriada, moneda de plata perdida (dracma) y el hermoso y conmovedor relato de la parábola del hijo pródigo.

Subrayo el ambiente adverso que vivió Jesús al enseñar estas tres parábolas, fueron una respuesta a las críticas de los fariseos y letrados, justificando su conducta a favor de los marginados de la salvación. Jesús quiso hacer saber a sus enemigos la actitud misericordiosa de su Padre eterno, que hizo suya, especialmente ante esos escribas y fariseos, cuando se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo, por lo cual, esos fariseos y esos escribas murmuraban entre sí y decían: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.

Las tres parábolas que estamos considerando, expresan y enseñan, la misericordia divina como una de las constantes de toda la historia de la salvación humana por Dios, que culmina en Cristo, imagen y espejo del rostro misericordioso de Dios. Como enseña el libro de la Sabiduría:

Dios se compadece de todos porque lo puede todo, cierra los ojos a los pecados del hombre para que se arrepienta, le perdona y ama a todos los seres que por amor creó él mismo, que es amigo de la vida (Sab 11, 23 y ss.). Tal es el corazón compasivo de Dios que nos describe también la primera lectura de hoy, en la que vemos a Moisés intercediendo ante Dios por el pueblo pecador israelita. Y el mismo apóstol Pablo se proclamaba personalmente testigo excepcional de esta compasión, misericordia y perdón de Dios (2ª. Lect.).

El amor misericordioso de Dios no margina a nadie

Ante Dios y experimentando nuestra fragilidad humana que inclina al ser humano a cometer pecados, especialmente con el orgullo y la soberbia; cuando se juzga a los pecadores, a los perdidos por la droga, el desenfreno sexual, y tantas miserias que surgen por las ambiciones egoístas, Cristo nos enseña y nos pide, que no podemos actuar despreciando a nuestros semejantes, aunque se puedan recibir de ellos injurias, incomprensiones y rechazos. Él nos pide que tengamos un corazón ancho para comprender, soportar y perdonar incluso a quienes nos ofenden. Todos y cada uno ante la presencia de Dios somos injustos y pecadores y sin embargo el Padre eterno por Cristo y su Espíritu Santo, nunca quiere la muerte de los pecadores. Él nos llama a la vida recta, limpia y generosa, consigo mismo y con los que nos rodean.

Dios no ha querido salvarnos individualmente en forma absoluta y única. Su amor y misericordia son para todos los hombres que ha creado con sabiduría, infinito e inagotable amor. Él siempre está dispuesto a devolvernos bien por mal y de esta manera con su gracia divina, quiere que nos comportemos como Él, siempre y en todo lugar, sin marginar y menospreciar a nadie.

Con sus parábolas de la misericordia, Jesús ha condenado toda arrogancia y autosuficiencia egoísta y mezquina. Es preciso desechar de nuestras vidas cristianas todo puritanismo creyendo ser los mejores y poder juzgar a nuestros prójimos como si fuéramos un dechado de virtudes que realmente no tenemos.

La generosidad y la amplitud de espíritu con humildad, son dones divinos que constantemente debemos pedir al Señor, si es que queremos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto y en esto consiste la santidad de vida a la cual debemos aspirar a lo largo y ancho de nuestra existencia en esta tierra que nos ve nacer, crecer y morir, pero dejando nuestra huella de cristianos para edificar a quienes nos rodean y ser al mismo tiempo fortalecidos con el favor divino para ser humildes y perseverantes en el camino de la voluntad de Dios hasta alcanzar el gozo y el premio de la vida eterna en el cielo.

Conclusión

¡Jesucristo está actuando en cada uno de sus discípulos y seguidores para construir en nuestro mundo una hermandad de paz, comprensión y bien ante tantos retos positivos y negativos que nos presenta la vida de estos días. A través de sus discípulos y testigos de su evangelio, sigue Cristo curando a los enfermos, abriendo las mentes y los corazones, resucitando a los muertos de sus pecados; en una palabra, haciendo presente en nuestro bajo mundo el amor con el cual Dios ama a todos los hombres. Así, quiere Jesús que nos amemos unos a otros. Y hoy día nos invita a asumir y manifestar este amor que no tiene acepción de personas, ni margina y que hace de esta vida transitoria el camino seguro para llegar a la casa de Dios en el paraíso por toda la eternidad!

 

Obispo emérito de Zacatecas*




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