
Fernando Mario Chávez
Hermanos (as): comenzamos hoy simultáneamente el tiempo del adviento y el año litúrgico con el ciclo A. Conviene tener muy en cuenta los valores diversos que encierra este santo tiempo y que aquí apuntaremos en nuestra homilía, para prepararnos a vivirlo como una gracia especialísima y una oportunidad para crecer en la hondura de nuestra … Leer más
Hermanos (as): comenzamos hoy simultáneamente el tiempo del adviento y el año litúrgico con el ciclo A. Conviene tener muy en cuenta los valores diversos que encierra este santo tiempo y que aquí apuntaremos en nuestra homilía, para prepararnos a vivirlo como una gracia especialísima y una oportunidad para crecer en la hondura de nuestra fe, en la fortaleza de nuestra esperanza y encender siempre nuestro amor a Jesucristo y a su Iglesia. El adviento cristiano proclama a Nuestro Señor Jesucristo, como mesías y príncipe de la paz para todos los pueblos de la tierra, con el plan divino de nuestra salvación, en el cual podemos conocer los designios de Dios Padre para bendecirlo y darle siempre nuestra adoración, acción de gracias, pidiéndole perdón de nuestras faltas y pecados y la fuerza para cumplir siempre en esta tierra, su divina voluntad que nos llene de paz, alegría y seguridad individual y comunitaria en el seno de nuestra Iglesia y para el mundo, en el cual se debe desarrollar nuestra existencia bajo la mirada providente y luminosa de nuestro salvador Jesucristo. Entremos pues, al desarrollo doctrinal y litúrgico de nuestra homilía.
Debemos recordar que la palabra “adviento” viene de la lengua latina y pasa al idioma español como “venida”. Según nuestra fe cristiana, esta palabra se refiere a la venida de Jesucristo quien, siendo Dios como Hijo único del Padre, se ha hecho presente en el mundo para salvarlo y liberarlo de las tinieblas del pecado y de las insidias del demonio, padre de la mentira, del engaño y su lucha contra Dios y su plan de salvación. Jesucristo, al encarnarse y ser hombre como nosotros, menos en el pecado, es la fuente de la luz, de la paz y del gozo, restituyéndonos la gracia perdida por las prevaricaciones y acciones malas de los hombres dotados de inteligencia y voluntad, llamados a conocer y amar al Creador, experimentando de esta manera el amor divino que, por voluntad suya salva, libera y llena de paz y gozo al corazón de todos y cada uno de los hombres objeto de ese amor gratuito, grandioso e indefectible. Teniendo todo esto en cuenta, tratemos ahora de entender el adviento del Señor que viene a restituir la gracia perdida por los pecados de la humanidad entendiendo también, que su venida, en sus múltiples manifestaciones, nos deben llenar de esperanza y confianza alegre por la venida del Señor e ir a su encuentro de luz.
La encarnación del Hijo de Dios, fue preparada y anunciada a través del pueblo de Israel para todos los pueblos. Las instituciones de ese pueblo: profetas, sacerdotes, reyes y demás autoridades, en la historia de la salvación, querida y llevada a efecto por Dios, anunciaron desde antiguo la venida del Mesías, el enviado por el Padre eterno, para que, con la sabiduría y el poder del Espíritu Santo, se revelara el poder divino de la salvación, precisamente con el advenimiento de este Mesías, que es Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.
a) La primera se refiere al nacimiento de Cristo en Belén de Judá, con la cual se inaugura su pascua terrena y con la cual establece el Reino de Dios en la tierra. Es su aparición en la humildad y el abajamiento, haciéndose obediente en la proclamación del evangelio y confirmándolo con los milagros que culminan con el gran milagro de su resurrección, después de morir y realizar su sacrificio cruento en el ara de la cruz.
b) La segunda etapa es su “parusía” cuando se manifieste lleno de gloria, poder y majestad para juzgar a vivos y muertos y dar a cada quien premio o condena de acuerdo a las obras buenas o malas que haya hecho en su peregrinar por esta tierra, iluminados por la luz de su gracia y su palabra. Es cumplir lo que rezamos con el Padre Nuestro: “venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
c) Y la tercera etapa, se refiere a la venida que Cristo opera cada día con la virtud de gracia y misericordia a través de la atenta y fiel escucha y práctica de su palabra; la frecuencia de la recepción de sus sacramentos y el testimonio de sus mandatos, especialmente el amor a Dios y a los prójimos como la plenitud de la ley en Cristo. Todo esto ejerciendo las obras de misericordia, espirituales y corporales. Y desde luego, participando en la Eucaristía como sacrificio y comunión lo más frecuentemente posible, y sobre todo con las eucaristías dominicales en las cuales el Señor Jesús se nos da como pan y vino, es decir, con su alma, su cuerpo y su divinidad de Hijo de Dios hecho hombre.
Podemos ahora concluir con actitudes prácticas y saludables, que el tiempo del adviento, más que un tiempo limitado a cuatro semanas del calendario litúrgico, sea: una actitud permanente, un estilo y tenor de vida para todos y cada uno de los que nos gloriamos de ser cristianos; un proceso de liberación del pecado y la muerte eterna. Es estar siempre cada día, en marcha hacia el encuentro con Cristo por voluntad de su Padre y nuestro Padre con la efusión vivificante y maravillosa del Espíritu Santo y por todo esto, el encuentro con Cristo, sirviendo a nuestros hermanos y por ello mismo sirviendo y amando al mismo Jesús, con penas, gozos y satisfacciones en el ejercicio de la caridad, alma y vida de los cristianos en la historia terrena y más allá, en el encuentro definitivo y perfecto, en la gloria del cielo.
¡Queridos hermanos y hermanas, que nuestro adviento, que nos prepara para celebrar dignamente y con fruto la Navidad, sea vida nuestra con Cristo y sus Santos en: nuestras familias, nuestras instituciones formativas y de educación; en el mundo del trabajo y en la vida social y comunitaria bajo la justicia y el amor que Dios quiere que ejercitemos en este valle de lágrimas, hasta llegar a la felicidad eterna del cielo, en el cual nuestro adviento será encuentro con Cristo en la gloria de su Padre!
Fernando Mario Chávez Ruvalcaba
Obispo Emérito de Zacatecas