El adviento oportuno para la conversión

Fernando Mario Chávez
Fernando Mario Chávez

Comienzo mi homilía de este domingo II de Adviento, citando a San Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo y cardenal de Milán en Italia, en una de sus famosas homilías para el santo tiempo del Adviento, que hemos comenzado a celebrar. Escuchemos sus atinadas enseñanzas: “Ha llegado amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como … Leer más

Comienzo mi homilía de este domingo II de Adviento, citando a San Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo y cardenal de Milán en Italia, en una de sus famosas homilías para el santo tiempo del Adviento, que hemos comenzado a celebrar.

Escuchemos sus atinadas enseñanzas: “Ha llegado amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado”.

Hasta aquí las palabras de exhortación y sabiduría de este padre de la Iglesia. Pero también, nos enseña San Carlos Borromeo, que en la historia de la salvación, Cristo, el Mesías como salvador y redentor, se ha manifestado en tres etapas que desarrollan su advenimiento: la primera se refiere al nacimiento de Jesús en Belén de Judá y desde allí, crecer en edad, gracia, sabiduría y estatura para que durante toda su vida en la tierra se manifestara como el evangelizador del Padre y lleno del Espíritu Santo, avalando su predicación acerca del Reino de los Cielos con sus milagros y culminarlos con el gran milagro de su Resurrección de entre los muertos.

La segunda etapa se refiere a su advenimiento glorioso al final de los tiempos, cuando venga lleno de gloria, poder y majestad a juzgar a vivos y muertos según sus obras, y sea para condenación o para la salvación gozosa y eterna del cielo. Y la tercera etapa, se desarrolla entre las dos que acabo de explicar.

Es el advenimiento de Cristo a nuestras vidas personales y comunitarias, cada día escuchando y poniendo en práctica su evangelio como testigos de su amor y misericordia, recibiendo con fruto espiritual sus sacramentos, muy especialmente la Eucaristía como sacrificio y comunión de su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad de Hijo de Dios hecho hombre, en todo igual a nosotros, excepto el pecado, del cual nos vino a salvar y redimir.

La conversión como transformación

Juan el Bautista, es la figura señera que nos presentan las escrituras acerca de su misión como llamada a la conversión con verdadero arrepentimiento y purificación, dejando las obras muertas del pecado y dejándose llevar por la gracia que Dios otorga abundantemente a quienes se arrepienten de todo corazón.

La predicación del Bautista se centra en la palabra “conversión”, que de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia, contiene significados complementarios, cuyo significado global es el siguiente: cambio interior y exterior, de mentalidad, nuevos criterios y conducta, de actitudes y de actos; un verdadero giro en redondo, para reorientar la vida en una dirección radicalmente nueva hacia la verdad, el bien, hacia Dios y hacia los hermanos con la luz nueva y comprometedora de la palabra de Dios, su gracia y su plan de salvación.

La disposición fundamental para realizar la conversión del corazón, es reconocernos ante Dios y los demás como pecadores y llenos de limitaciones. Siempre en una disposición de continua conversión, fiándose de la gracia que el Espíritu Santo nos confiere abundantemente ya que, sin el poder divino, nada podemos hacer en orden a nuestra salvación temporal y eterna.

Se requieren: una profunda humildad y sencillez de espíritu para reconocerse pecador y con una necesidad fuerte para dejar la vida pecaminosa y al mismo tiempo dejarse llevar activamente por la voluntad divina que salva, fortalece y purifica el ser entero de los hombres, con sus luces y sombras.

Es también lucha continua e indeficiente contra las insidias, trampas y tentaciones del demonio, que existe, tratando de corromper a los hombres, de suyo débiles e inclinados al mal. Recordemos las palabras de San Pedro al referirse a la acción diabólica, que es: “como un león rugiente, que anda rondando siempre para ver a quien devorar, al cual hay que resistir firmes en la fe” y apoyándonos en el poder divino que vence al demonio y nos libera constantemente de él.

Es pasar del reino de las tinieblas y el pecado, al Reino divino de luz, gracia, sencillez y pureza del alma y del cuerpo.

Conclusión

Finalmente, hemos de convertirnos al testimonio cristiano y como el Bautista, ser luz y testigos de Cristo ante nuestros hermanos los hombres y el cosmos que nos arropa en el misterio de nuestra existencia en la tierra y para el “más allá”. De esta manera prepararemos el camino del Señor y nuestro encuentro con él en esta Navidad que se avecina.




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