Tentación de muerte

En una celda el muchacho se enteró de la muerte de su madre y cómo nunca se arrepintió de cada una de las lágrimas que derramó por él y lo que más le dolió fue no acompañarla a su última morada. Mientras su hermano le pronunciaba las palabras que él no quería escuchar, en su … Leer más

En una celda el muchacho se enteró de la muerte de su madre y cómo nunca se arrepintió de cada una de las lágrimas que derramó por él y lo que más le dolió fue no acompañarla a su última morada.

Mientras su hermano le pronunciaba las palabras que él no quería escuchar, en su mente un flashback lo hería en el alma.

La tentación 

Beto recordó cómo a sus 15 años se vio seducido por la adrenalina y por el placer de hacer lo prohibido y el orgullo de que lo relacionaran con una célula criminal.

También dio cuenta de cómo primero a gritos y luego llorando doña Berta trató de llevarlo por el buen camino, pero todo fue inútil.

Bien reza el dicho que “pueblo chico, infierno grande”, sus amistades iban por él y Beto por no quedarles mal, desoía los ruegos y súplicas de su madre.

“Doña Berta le hizo mucho la lucha, pero Beto nunca le hizo caso”, refieren con dolor quienes los conocieron.

Los vecinos vieron cómo de aquella mujer alegre, trabajadora y amable, solo quedaba una mujer triste, que siempre caminaba con la cabeza abajo y siempre rezando por el bienestar de su hijo pequeño.

Los años transcurrían y con ellos se deterioraba la salud de Bertita, pues las preocupaciones por las ocupaciones de su hijo la consumían cada día.

La noticia

El día que ella más temía llegó: un fin de semana a mediodía en la zona comenzó a escucharse el helicóptero, sirenas y disparos; un dolor en el corazón le advirtió que algo no estaba bien y su presentimiento se hizo realidad.

En menos de tres minutos se supo que un convoy de policías se había enfrentado a tiros con miembros de un grupo delincuencial, quienes perdieron el control de la camioneta en la que viajaban y que al parecer había un muerto: ese era su hijo.

Corriendo llegó al lugar de la agresión y alcanzó a ver cómo los paramédicos subían a su muchacho a una ambulancia; llevaba varios impactos de bala, pero estaba vivo.

Un dolor y una angustia indescifrable se apoderaron de Bertita, quien de inmediato trató de saber el estado de salud de Beto, pero eso no fue posible; no le permitieron verlo y hasta agresiones de quienes custodiaban a su hijo recibió.

El encierro

Junto a Beto, otros tres jóvenes fueron detenidos y en la camioneta en la que iban encontraron armas de grueso calibre. Los muchachos tenían entre 18 y 23 años, a los que se les inició la carpeta de investigación correspondiente y se les relacionó con otras que ya estaban abiertas.

Por todos los medios, Bertita trató de defender a su hijo, pero no pudo y los delitos que se le imputaban eran graves, por lo que en cuanto se recuperó de las heridas, fue trasladado al Cerereso.

Por dos años Bertita acudió a visitarlo y a darle su apoyo y a brindarle su amor de madre, pero ver a su hijo tras las rejas y la preocupación de que algo le pudiera pasar mermó en su salud hasta que ya no pudo más.

Comenzó a enfermar y cada día se ponía más delgada, su cara envejeció de repente y su cuerpo comenzó a debilitarse; nunca dijo a sus demás hijos lo mal que se sentía para no preocuparlos, lo que no era necesario, pues ellos la veían llorando en cada rincón de la casa y notaban deteriorado estado de salud.

Varias veces la llevaron al doctor, pero ningún tratamiento funcionó, hasta que un día su corazón dejó de latir a causa de un infarto.

Madre e hijo no pudieron despedirse y en el interior del penal, un muchacho llora por la ausencia de la mujer que le dio la vida.

Imagen Zacatecas – Lilith Rivera




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