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Su popularidad crece y actualmente existen opciones más refinadas. Pero más allá del marketing, la ciencia tiene una opinión clara.
MÉXICO.- El agua mineral suele considerarse una alternativa saludable como bebida y comparada con el agua de la llave
Su popularidad crece y actualmente existen opciones más refinadas. Pero más allá del marketing, la ciencia tiene una opinión clara: como casi todo en la vida, lo que importa es la cantidad y el contexto.
El agua mineral no es simplemente agua con “algo más”. Es un líquido que proviene de fuentes subterráneas protegidas, ricas en minerales naturales como calcio, magnesio, sodio, potasio y bicarbonato.
Su contenido no se manipula, al menos no en países con normativas estrictas como los de la Unión Europea o Estados Unidos. Para recibir la denominación de “agua mineral natural”, debe embotellarse en origen, sin alteraciones químicas ni procesos de purificación agresivos.
A diferencia del agua potable común —la que llega a nuestros hogares a través de redes públicas—, el agua mineral no pasa por tratamientos de cloración o ozonificación. Su calidad se garantiza por el entorno geológico del manantial, no por procesos industriales. Esta diferencia fundamental también se refleja en su sabor, que puede variar desde lo neutro hasta lo ligeramente salado o metálico, dependiendo de los minerales disueltos.
Las razones son diversas: algunas buscan una fuente adicional de calcio o magnesio; otras, una digestión más ligera gracias a su contenido en bicarbonato.
También están quienes reemplazan los refrescos con agua mineral con gas como una forma más saludable de consumir bebidas carbonatadas.
Pero no todas las aguas minerales son iguales. Las hay bajas en sodio, ideales para consumo diario y recomendadas para personas con hipertensión o retención de líquidos; otras son ricas en calcio y magnesio, útiles para quienes no obtienen suficientes minerales a través de la dieta.
También existen variedades con alto contenido de bicarbonato, indicadas para facilitar la digestión o aliviar molestias estomacales leves.
Finalmente, está el agua con gas, que puede calmar la ansiedad de beber algo burbujeante sin añadir azúcar. Sin embargo, este tipo no es recomendable para personas con problemas como gastritis, reflujo o colon irritable, ya que el dióxido de carbono puede generar molestias digestivas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el agua mineral puede ser una fuente complementaria de minerales esenciales, siempre que su consumo se mantenga dentro de límites saludables.
En sus Guidelines for Drinking-water Quality, el organismo advierte que, aunque estos minerales —calcio, magnesio, bicarbonato— son beneficiosos, sus concentraciones deben mantenerse bajo control para no generar efectos secundarios.
Desde Estados Unidos, la Mayo Clinic coincide en que este tipo de agua es segura y útil para la hidratación, siempre y cuando no contenga niveles elevados de sodio.
La institución destaca su aporte de electrolitos y su capacidad para favorecer la digestión, especialmente en personas físicamente activas o con necesidades nutricionales específicas.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) también respalda el consumo de aguas minerales naturales. Eso sí, bajo la condición de que cumplan con estrictos estándares de pureza y estabilidad en su composición.
De hecho, en Europa no se puede comercializar como “agua mineral natural” ningún producto que haya sido modificado químicamente o que no conserve su contenido mineral original.
No todo son beneficios. La American Heart Association (AHA) ha emitido advertencias claras respecto a las aguas minerales con alto contenido de sodio. En sus directrices para reducir la hipertensión, señala que estos productos pueden elevar la presión arterial si se consumen con frecuencia y sin supervisión médica.
La National Kidney Foundation, por su parte, subraya los riesgos que implica el exceso de minerales —especialmente calcio, sodio y fósforo— en personas con insuficiencia renal. La carga adicional que representan para los riñones puede traducirse en cálculos o deterioro de la función renal.
También desde la salud bucodental llegan señales de alerta. Según la American Dental Association (ADA), las aguas minerales con gas pueden ser ligeramente ácidas debido al dióxido de carbono disuelto. Este pH bajo contribuye, con el tiempo, a la erosión del esmalte dental. Aunque su impacto no es tan nocivo como el de las bebidas azucaradas, no debería considerarse completamente inocuo.
Una queja frecuente entre quienes consumen agua mineral regularmente es que “no quita la sed”. Aunque esta percepción puede parecer subjetiva, tiene una base fisiológica.
El sabor mineral o salado puede dejar una sensación de boca pastosa o sed no satisfecha. Si además contiene gas, el dióxido de carbono puede provocar una falsa sensación de saciedad sin hidratar de forma efectiva.
Otro factor a considerar es la temperatura. Si el agua mineral no está lo suficientemente fría o su sabor es fuerte, el cerebro no la percibe como “refrescante”, lo que afecta la sensación de alivio inmediato. En términos de hidratación real, sí cumple su función, pero no siempre brinda la experiencia sensorial de frescura que se busca cuando se tiene sed intensa.
Tomar agua mineral no es perjudicial si estás sano y eliges opciones adecuadas para tu organismo. Pero consumirla en exceso —especialmente si tiene altos niveles de sodio o minerales específicos— puede tener consecuencias a largo plazo.
Personas con condiciones como hipertensión, enfermedades renales, problemas gastrointestinales o erosión dental deben moderar su ingesta o consultar con un especialista.
La recomendación general es clara: alternar el consumo de agua mineral con agua filtrada o purificada, y siempre revisar la etiqueta para conocer el contenido exacto de minerales. Si se convierte en tu única fuente de hidratación, conviene asegurarse de que no esté aportando más de lo necesario.
El agua mineral puede ser una excelente opción para complementar una dieta equilibrada, hidratarse con estilo o evitar el consumo de bebidas azucaradas. Pero no por tener burbujas, minerales o etiquetas sofisticadas debe considerarse superior en todos los contextos.
La clave está en la moderación, la elección informada y el conocimiento de tu propio cuerpo. Porque, como suele suceder en cuestiones de salud, lo natural no siempre significa inocuo, y lo saludable puede dejar de serlo cuando se convierte en exceso.