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Opinión

¿Y la formación de líderes en nuestro entorno?

¿Y la formación de líderes en nuestro entorno?

Ante la falta de organización, triunfan el arbitrio, el capricho, el interés, la complicidad y la maquinación.

Simitrio Quezada
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21 de noviembre 2024

A querer o no, quienes integramos una comunidad dependemos también de lo que suceda en los próximos años que vendrán sobre ella. Esto llegará, en parte, como fruto de las decisiones que las y los futuros gobernantes tomen dentro de nuestra colectividad.

En esta lógica, nosotros somos parte decisiva de ese panorama venidero. Especialmente ahora, con nuestras actuales decisiones (y también nuestras omisiones y permisividades).

¿Qué educación damos hoy a quienes nos relevarán? ¿De veras es concienzuda y con verdaderos valores? No me refiero sólo a nuestros hijos y sobrinos; no sólo a nuestro entorno inmediato. ¿Qué valores, qué calidad afectiva, qué nivel de responsabilidad estamos inculcando en nuestras generaciones más jóvenes? Lo más importante: ¿cuáles son las convicciones que profesamos en la práctica (más que en el mero discurso)?

Ojalá que, dentro de tres o cuatro décadas, no tengamos que espantarnos del garabato que actualmente ―de modo advertido o no― trazamos (o desenfadadamente dejamos que tracen otras y otros).

Respecto al ámbito sociopolítico, un tema muchas veces eludido es el de la formación de líderes. No me refiero a una semántica de cargos públicos; sino a una verdadera y cotidiana dirigencia comunitaria: una que desborda lo meramente oficial, una que se vive de modo permanente.

Esta dirigencia necesaria es la que surge dentro del grueso de la población, fermenta desde las entrañas de la comunidad. Los colectivos (y solamente ellos, y no quienes se hagan pasar por representantes de los colectivos) deben terminar por posicionar y dar paso a quienes encabecen las sociedades para provocar en ellas genuinas transformaciones positivas, generar mejoras palpables.

Ya sabemos que todo vacío se llena. Cuando no se impone la voluntad popular, terminan por hacerlo algunas individuales. Ante la falta de organización, triunfan el arbitrio, el capricho, el interés, la complicidad y la maquinación.

Si como sociedad no asumimos la responsabilidad de formar y llevar al poder a dirigentes formados por nosotros en la prioridad de lo comunitario, se quedarán con los cargos esas personas (incompetentes o no tanto) elegidas por el poder mismo: por quienes acaparan la esfera del mando público.

Ni siquiera es cuestión de bondad o maldad: todo vacío se llena.

Si nosotros como sociedad no cumplimos nuestra tarea, no debería extrañarnos que entonces ocupen los principales espacios del poder público esas y esos familiares y favoritos y favoritas de los políticos de siempre.

Ante tal panorama, nuestra apatía común se volvería, además, quejumbrosa (y por ello más indignante).

Va el rejuego: dejamos que otras y otros tomen la pluma para hacer el garabato… y nos espantamos de éste, y nos victimizamos.

¿Dónde estamos dejando la formación de líderes para nuestras comunidades, nuestros municipios, nuestras entidades federativas? ¿A quién se las delegamos: sólo a partidos políticos, sólo a grupos apéndices de los mismos gobiernos, sólo a organismos “fachada” de quienes monopolizan el poder?

Pobre sociedad es la que permite que el inicio de una “carrera” política esté en la decisión de ser porrista (en el mejor de los casos) o seguidor sin criterio ni dignidad. Pobres somos cuando permitimos que avance quien no tiene más mérito que recitar al poderoso lo que éste quiere escuchar… o contestar públicamente a sus opositores lo que éste le dicta.

Pobre sociedad es la que subestima la preparación académica, la experiencia o la capacidad de gestoría, y permite que los futuros dirigentes sean palomeados por quienes detentan el poder… Y esto al calor de unas copas, o un compadrazgo, o una calentura, o jugadas, o acuerdos clandestinos.

La formación de líderes comunitarios debe ser una tarea comunitaria. Las otras opciones resultarán, a la larga, muy dañinas para nuestras colectividades (especialmente para quienes en ellas van quedando, cada vez más, con menos ventajas).

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