Vacunas y democracia

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

No hay nada democrático en una pandemia. Nadie sabe hasta la fecha qué pasará con la evolución de la pandemia. Posiblemente fue imprudente darnos una pausa sanitaria este verano, aunque la aceptabilidad de la sociedad a largo plazo sea un factor que determine la evolución de la epidemia y también la estrategia política para enfrentarla. … Leer más

No hay nada democrático en una pandemia.

Nadie sabe hasta la fecha qué pasará con la evolución de la pandemia. Posiblemente fue imprudente darnos una pausa sanitaria este verano, aunque la aceptabilidad de la sociedad a largo plazo sea un factor que determine la evolución de la epidemia y también la estrategia política para enfrentarla.

Paradójicamente es en este momento en el que no tenemos el privilegio de tener en nuestro país vacunas para todos, que en algunas regiones de nuestra nación la elección de vacunarse o no se plantea en términos de obligatoriedad y no de libertad individual. ¿Qué pasaría con nuestras libertades fundamentales si se nos ofreciera este recurso para todos, como es el caso de los países de renta alta? Hasta la fecha, ¡solo el 13% de la población mundial ha podido acceder a esquemas completos de vacunas! ¡En México, poco más del 20%!

Hace una semana el New England Journal of Medicine demuestra que las vacunas que tenemos disponibles para este nuevo coronavirus son seguras y eficaces, incluso contra la variante Delta; comparativamente, para el VIH/SIDA se necesitaron más de diez años para disponer del primer tratamiento antirretroviral eficaz -en 1996- y hasta la fecha, no se ha desarrollado ninguna vacuna. Además de los 36 millones de víctimas desde el comienzo de esta otra epidemia, cada año se han producido más de 680000 muertes.

¿Podemos vernos en el futuro en la posición de lamentar el momento en que nuestra libertad fue poder actuar contra la pandemia y estar comprometidos de manera útil con la administración de vacunas? La preocupación por el bien común, la exigencia de justicia y la preocupación por todos, pueden justificar una posibilidad de aceptación de reglas consideradas, por un tiempo determinado, como la única posibilidad de mitigar la amenaza y evitar lo peor. No ahora, cuando, a pesar de los esfuerzos gubernamentales, todavía no tenemos vacunas para todos.

La controversia que se ha dado en los espacios noticiosos y las redes sociales zacatecanas a principio de esta semana a propósito de la iniciativa para volver obligatorio estar vacunado contra el COVID19 para transitar libremente por Zacatecas, finalmente ha permitido a todos tomar una posición e incluso comprender la importancia y el interés de vacunarse.

El desafío actual para todas las sociedades humanas, planteado por la epidemia, es unirnos en torno al modus operandi que ofrezca una capacidad demostrada para limitar todas las consecuencias -humanas, sanitarias, económicas, políticas- de una pandemia que desafía incluso algunos de nuestros principios. ¿Cómo podemos pensar en nuestras responsabilidades en situaciones de emergencia y desafíos que son tanto vitales y políticos como éticos?

Ante la ausencia de una declaración de principios humanos ante circunstancias extremas, la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 29-1) afirma que “el individuo tiene deberes para con la comunidad en la que sólo es posible el libre y pleno desarrollo de su personalidad”. A prueba de una interdependencia cuyos imperativos y reglas hemos entendido desde las primeras limitaciones sanitarias, ¿se afirma la autodeterminación como un acto de libertad, o incluso de resistencia, una posición democráticamente aceptable? El individualismo choca con los límites de su legitimación cuando impide la intervención en un fenómeno pandémico que solo puede controlarse a través de la acción colectiva.

A la hora de enfrentar un riesgo comunitario como nos lo plantea la existencia (que no disponibilidad universal) de vacunas es imperativo preservar un equilibrio entre los intereses del mayor número de personas y las limitaciones de las libertades individuales. No hay ninguna garantía de que tanto las tensiones sanitarias como las sociales no den lugar a circunstancias que puedan poner en duda futura la pertinencia de nuestras resoluciones. Idealmente, a la vanguardia de la sociedad, el ejecutivo debe plantear mecanismos para involucrar mejor a la sociedad y lograr una mejor cohesión comunitaria.

Creer que rechazar la vacunación preserva la integridad de uno y permite una estrategia individualista para protegerse de lo inevitable es un pensamiento mágico. La posición de los refractarios a las vacunas es atendible en algunos de sus argumentos. Sin embargo, no debe ser desfavorable a la de otros, incluidos los más vulnerables a la falta de información. Es por ello por lo que los organismos públicos deben implicar a todos los órganos representativos en un proceso de información.

Mañana, es posible que ya no tengamos la libertad (o la elección) de aceptar el riesgo excesivo al que nos exponen colectivamente quienes desafían la estrategia de vacunación. Por todo ello, la estrategia de vacunación tiene alcance ético y político, más allá de un imperativo de salud.




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