Una inesperada clausura de cursos

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a  Silvia Serrato, directora de la Esc. Pim Fed. “Otilio Montaño”, de SLP   En presencia del representante sindical, la Directora del plantel entregó una “Nota de extrañamiento” al maestro del primer grado, grupo “B” y una reprimenda verbal, que obligó al mentor a solicitar su cambio de zona escolar. Una situación de intención … Leer más

Dedicado a  Silvia Serrato, directora de la Esc. Pim Fed. “Otilio Montaño”, de SLP

 

En presencia del representante sindical, la Directora del plantel entregó una “Nota de extrañamiento” al maestro del primer grado, grupo “B” y una reprimenda verbal, que obligó al mentor a solicitar su cambio de zona escolar. Una situación de intención noble se salió de control la noche anterior, en el festival de cierre del ciclo escolar.

Él reconocía su falta de habilidades dancísticas, pero su sentido de responsabilidad le indicaba que debía preparar a los niños para participar en los eventos culturales.

Fue sistemático, porque con la anticipación debida, destinó a la asignatura de Educación Artística la última hora de cada viernes. A pesar de la edad, aquellos pequeños alumnos aprendieron poesía coral, teatro, canto. Y para cerrar con broche de oro, ejecutarían un bailable folclórico del Estado de Michoacán “El torito del once”.

Dos semanas antes de la presentación, citó a las madres de familia para ponerse de acuerdo en el vestuario, escenografía, accesorios, etc.

Toma la palabra doña Erika (madre de un niño con discapacidad intelectual y que pese a todos los pronósticos aprendió a leer y escribir), para hacer la siguiente observación: “…maestro, falta disfrazar al niño que va a hacer de torito”.

Eso no lo había contemplado, pero la misma señora dio la solución: “…voy a ir a la “Pirotecnia Aguilar” a qué me hagan un pequeño torito.

Llegado el día, se estaba desarrollando el programa y el profesor era un manojo de nervios por la ausencia de la señora y el torito.

Cuando anuncian la participación del grupo, sorpresivamente sale de entre la multitud la mamá, con el torito graciosamente adornado. Se pensó que le habían puesto lucecitas.

Con las primeras notas del bailable la tutora encendió la mecha, generando humareda densa y un tronar estrepitoso de pólvora.

Los bailadores corren despavoridos sin rumbo, el niño que carga el torito empieza a lanzar gritos de angustia y opta deshacerse del armatoste. Se activan los chifladores y buscapiés del amasijo de carrizos en forma de toro, salían en direcciones impredecibles. El público se escondía en los salones, detrás de los árboles, algunos más se salieron del edificio y otros acataron a tirarse al suelo hechos ovillo, con los brazos cubriéndose la cabeza.

Fue un caos, la cancha cívica estaba cubierta de una nube de humo asfixiante, los asistentes estaban dispersos y los únicos que mantuvieron su lugar fueron los miembros del presídium, que soportaron temerosos el riesgo de recibir el impacto de algún cohete, poniendo en peligro su integridad física.

Cuando se disipó el humo, se oyó un aplauso atronador, no para felicitar la participación de los alumnos de primero, sino porque ya se podía respirar y sería posible seguir con el programa, superada la contingencia.

El docente tuvo que aceptar la sanción, comprendiendo que,  de haber resultado heridos, la responsabilidad caería implacable en el colectivo escolar y principalmente en la Dirección de la escuela.




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