Un castigo explicable

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

“Habrá una sanción para esos alumnos”, declaró con su característica voz de trueno, la Directora de la escuela, en respuesta a la pregunta,  por la inasistencia de una media docena de estudiantes en un ensayo de poesía coral presentarían en un festival cultural importante, en fecha cercana. Los muchachos en cuestión escucharon aquella expresión con … Leer más

“Habrá una sanción para esos alumnos”, declaró con su característica voz de trueno, la Directora de la escuela, en respuesta a la pregunta,  por la inasistencia de una media docena de estudiantes en un ensayo de poesía coral presentarían en un festival cultural importante, en fecha cercana.

Los muchachos en cuestión escucharon aquella expresión con ojos azorados, sorprendidos, quedó sembrado el temor e intentaron adivinar el castigo. Llegaron a pensar que serían expulsados de la institución y suspendida su beca, lo cual representaría un futuro incierto por una carrera truncada.

“Concentrémonos en afinar los detalles de la ejecución de la poesía”, concluyó.

Era la penúltimo práctica de aquella poesía sin precedente para las comunidades educativas de la región, que durante muchos años fue recordada por protagonistas y espectadores.

Habían cometido la imprudencia de llegar tarde al citatorio.

Cierto que tenían una explicación, misma que no se animaron a mencionar por considerarla vergonzosa: se habían quedado dormidos y un sobresalto despertó a Chava, cinco minutos antes de las cuatro de la tarde.

Solidarizados con la familia donde vivían y creyendo que sería cuestión de un par de horas, habían ido de madrugada a un arroyo de La Sierra de Catorce, para colaborar en el acarreo de grava, pero el regreso demoró más de lo previsto y pasaba de las ocho de la mañana cuando regresaron. Sintieron la necesidad de ayudar a vaciar el camión de carga, así que fatigados y con sentimientos de culpa perdieron las clases de la jornada matutina.

Luego se enteraron de que los ensayos finales se realizarán en la plaza de toros donde sería la sede del concurso.

Confiados, después de comer, cometieron el error de ir a recostarse en la cama, para escuchar la radio novela de las tres. El agotamiento y quizá el llamado mal del puerco los trasladó a Los Brazos de Morfeo.

Salieron de la casa corriendo, pero encontraron las puertas del ruedo cerradas e inamovibles. “Vamos por allá atrás, podemos brincar la barda” ideó uno que conocía el sitio.

Llegaron para desanimarse ante una barda más alta, pero haciendo escalón con las manos enlazadas al de mayor estatura, logró trepar y ayudó a subir a los demás. Tristemente el acceso los llevó al área de gradas donde ya no fue posible integrarse al contingente porque había iniciado la actividad.

El día del evento estuvieron en las gradas, confundidos entre la multitud disfrutando el festival, escuchando con envidia la participación maravillosa de sus compañeros. Cuatrocientas voces  cimbraron la instalación que conmovió al Jurado calificador, otorgándoles el Primer lugar.

Días después en una reunión de grupo, uno de los estudiantes se animó a preguntar a la Directora sobre la aplicación del castigo.

“Ésa fue la sanción: que ustedes quedaran fuera del contingente” dijo serenamente, aliviando un poco la tensión de los infractores.

Aprendieron la lección. Jamás volvieron a llegar tarde a los compromisos escolares.




Más noticias


Contenido Patrocinado