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Opinión

Radicalización y anonimato en las redes de internet (parte 1)

Radicalización y anonimato en las redes de internet (parte 1)

Este nuevo mundo que es virtual acompaña, día tras día, a la generalidad de las nuevas generaciones, al tiempo que impele a las de más edad a adaptarse.

Simitrio Quezada
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11 de septiembre 2025

Tras un siglo 19 de fervor industrial explotador y un 20 que nos sorprendió con invento tras invento, cerramos la primera quinta parte del actual con intentos de organizar un fuerte caos digital: el de las recientes y arrolladoras redes sociales de internet.

En efecto, este nuevo mundo que es virtual acompaña, día tras día, a la generalidad de las nuevas generaciones, al tiempo que impele a las de más edad a adaptarse. Así, la mayor parte de sus integrantes puede mantenerse en su dinámica, aunque con más dificultad respecto a las jóvenes.

La maraña digital nos envuelve con sus códigos y tendencias. En éstas últimas se aprecia simplificaciones, engañosos atajos y mentiras disfrazadas de verdades. Las redes sociales de internet suelen destacar en nuestra vida cotidiana por su radicalización a ultranza, su anonimato muchas veces pernicioso y su estridente democracia tan potente como desorganizada.

Venimos de un siglo 19 de reducidas comunidades de académicos, de emprendedores y de políticos. Ante la falta de posterior tecnología, lo presencial era la condición sine qua non. Las difusiones de estos colectivos conformados por selectos, además, llegaban retardadas respecto al ritmo que ahora constatamos.

También muchos alcanzamos a apreciar buena parte de un siglo 20 que sociabilizó y luego masificó el avance de un mundo al que sí le era lícito tener aspiraciones. El siglo 21 penetra ahora voraz, llamando la atención a golpe de rugidos, aunque con frecuencia muchos de éstos lleven contenidos falsos, ansiosos por manipular o de plano huecos.

Nuestra actual cotidianidad occidental se ha impregnado de las hojas que traemos tras bañarnos, generalmente cada día y en soledad, dentro de una tupida selva de voces. Me refiero a las que se alzan al borde de la estridencia en estas redes sociales de internet y que, a querer o no, a muchos nos mantienen con la vista clavada en una pantalla durante varios momentos de nuestra jornada.

En el espacio virtual coincidimos todos: el religioso, el agnóstico, el conspirador, el deprimido, la gente traidora y el sobrio. También el pacificador, el psicópata, la ególatra y el juez; el genio, el historiador y el olvidado; la acusadora, el economista y el anarquista; el trinquetero, el minero, el desempleado, la profesora, el neonazi y el mercadólogo. No olvidemos al regidor, el activista y el taxista; el moralino, el locutor, el neomonárquico y el empresario. La democracia desorganizada y estridente nos mantiene como consumidores y también como productores de contenidos.

En medio de tanta información, ahora nos falta aprender a discriminar. Falta acaso ahora meter en la currícula de primarias, secundarias y bachilleratos una asignatura sobre cómo distinguir información importante de la intrascendente; verdadera de la falsa; genuina de la mañosa.

En medio de tanta información, ahora sobran los desinformados y los malinformados. Los fanáticos ya no necesitan gritar, la estrategia puede ser más sutil y con mayor masificación, real o virtual. Hoy la gente que intriga para conservar sus cotos en el futuro inmediato puede manipular más fácilmente sus redes de intereses comunes y apoyo. Los hasta ayer repartidores de volantes ahora pueden trabajar sentados para, a veces con mañosa táctica, hacer llegar exponencialmente sus mensajes.

La consigna ya no es “miente, miente, que algo quedará”, sino “quema en redes, quema en redes, que de todos modos tomará tiempo aclarar que el rumor resultó falso (y en el ínter pudo hacerse verdadero o traer ganancias o consolidación de poder faccioso)”.

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