
La historia que en definitiva me intrigó más fue la del adinerado que antes de irse de viaje entregaba cinco monedas a uno de sus empleados; a otro, tres; al último, sólo una moneda.
Desde temprana edad cuestioné muchas cosas que se me enseñaban de los Evangelios; especialmente de las parábolas que dicen que contaba el nazareno Yeshúa Ben Yosef.
El hijo pródigo o gastalón me pareció muy aprovechado. Me pareció atenido que, de haber sabido que todo se le perdonaría, seguramente hubiera repetido el despilfarro… mientras que su hermano supuestamente bien portado quedó como reprimido, amargado y, al final de la historia, envidioso.
El buen samaritano me resultó absurdo y arriesgado en su gesto. En estos tiempos de ponchallantas y secuestros en la tierra mexicana, ¿cuántos de nosotros nos atreveríamos a orillarnos en la carretera para recoger a un desconocido que, además, está sangrando?
El patrón que contrató viñadores a diversas horas de la jornada me pareció payaso y prepotente. “Es mi lana y yo sabré lo que hago con ella”, pareció decirnos a los omnitemporales lectores.
La historia que en definitiva me intrigó más fue la del adinerado que antes de irse de viaje entregaba cinco monedas a uno de sus empleados; a otro, tres; al último, sólo una moneda. El primero y segundo hombres invierten y duplican lo guardado; el último entierra la moneda por miedo a perderla. El patrón regresa y, aquí viene el mayor absurdo para ese Simitrio de cinco años que escuchaba la historia, ordena que le quiten la moneda al timorato y se la den no al de las seis monedas resultantes, sino al de diez, “porque al que tiene mucho se le dará más, pero al que poco tiene aun ese poco se le quitará”.
“¿Qué? ¿Qué le pasa al alter ego del nazareno? ¿no que muy justiciero y generoso?”, preguntaba mi entendimiento infantil e impertinente. Debieron pasar 30 años para que este yo comprendiera, aceptara e incluso repitiera, amara y practicara esa verdad profunda de que se dará más al que ha conseguido mucho y se arrebatarán las minucias al que sólo eso logre.
Lo viví claramente en segundo de secundaria, cuando de súbito abandoné mi trayectoria de lector compulsivo por enamorarme de una michoacana rezongona de vestidos rojiblancos y doce años: dos menos que yo. Por ella dejé de ser por un tiempo el alumno modelo de la escuela y durante las noches comencé a dar vueltas al barrio sobre la parte trasera de una camioneta blanca para “lucirme”, según mis amigos y yo, junto a un gran bloque de bocinas con tuíters y bajos del que brotaban rítmicas canciones en inglés.
Abandoné entonces un perfil de niño aburrido que sacaba dieces y, alabado por profesores, leía con fluidez en voz alta durante ceremonias escolares. Casi mil días me duró esa fiebre de vana rebeldía adolescente y tonto enamoramiento. Casi mil días me tomó ese devaneo de cambiar los versos de Rubén Darío por canciones de Milli Vanilli. Cuando en segundo año del bachillerato quise retomar mi viejo hábito y recorrer las páginas de nuevas novelas y poemarios, me resultó difícil, verdadera cuesta arriba, retomar rutinas de lectura. Vaya aridez.
En una noche de agosto debí reconocerlo frente a mi mejor amigo: eso poco que aún tenía se me desvaneció por haberlo enterrado. El talento había quedado oculto, improductivo. Detuve no sólo mi carrera: también el vuelo que llevaba. Eso es lo peor: la penitencia estriba en constituir otra vez el ritmo precedente… antes de mejorar su calidad.
En cualquier ámbito, a medida que se enriquece el acervo se está en mejores posibilidades de acrecentarlo. Esto es exponencial: la suma de logros anteriores otorga una ventaja considerable frente al nuevo desafío. Las conexiones neuronales se multiplican con la actividad neuronal.
Más de tres décadas y media después, me veo promoviendo los hábitos de lectura que una vez abandoné y luego retomé con dificultad. Comprendí tanto la alegoría del patrón y las monedas, que ahora en conferencias de promoción de lectura repito lo que de niño condenaba porque me parecía absurdo: “Al que tiene mucho se le dará más, pero al que poco tiene… aun ese poco se le quitará”.