Pueblo de muertos en vida (parte 2)

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

En una conferencia que dictó en Caracas, Juan Rulfo comentó: “Debe ser muy interesante vivir dentro de un cementerio y poder platicar con los muertos, deben tener cosas muy importantes que decir. Además, yo creo que esta vida no trasciende y me imagino que los muertos no están solos”. El jalisciense confirma así cómo son … Leer más

En una conferencia que dictó en Caracas, Juan Rulfo comentó: “Debe ser muy interesante vivir dentro de un cementerio y poder platicar con los muertos, deben tener cosas muy importantes que decir. Además, yo creo que esta vida no trasciende y me imagino que los muertos no están solos”. El jalisciense confirma así cómo son los personajes de su narrativa: seres de camposantos, muertos que no están solos y vivos llenos de soledad.

En el rulfiano Comala no existe el amor, tampoco en el pueblo de enlutadas de Yáñez: todo es soledad, muerte, vacío. Los únicos que vislumbran su salvación o están muriendo o se están volviendo locos, lo cual es, de algún modo, otra forma de escapar a la vida tan muerta que impera en estos pueblos.

Dice el viejo Lucas Macías casi al final de la novela de Yáñez: “¡Eh! yo ya soy más del otro mundo que de éste; mi corazón me avisa que voy a morirme apenas en el filo del agua; pero ésta sí va a ser tormenta, les anuncio”.

Parece que, al morir, las personas que se van roban la vida de los que se quedan. Esto parece constituir una nota por demás importante no sólo en la cultura de México especialmente, sino también de algún modo en toda Latinoamérica (recordemos los muertos del Realismo Mágico; sobre todo los de “Gabo”, Cortázar y de vez en cuando Benedetti).

Esta nota produce que en determinado momento encontremos pueblos tipo Comala, donde los vivos han muerto y los muertos están más que vivos; o nuestro pueblo de enlutadas donde personajes como la esposa desahuciada, la muchacha “juída”, el campanero prófugo, el fanático literalmente enloquecido, el asesino pasional, sus víctimas o los muertos todos de la comunidad parecen dar más que una esencia a la Parroquia, las campanadas, las mujeres rezanderas y ―como les dice Yáñez en la novela― “bisbiseantes”, a los Ejercicios Espirituales, incluso a la misma organización política del lugar.

Vida y muerte juegan un rol primordial en esta cultura literaria. Pareciera que bailan tan cerca que el lector no sabe definir de bien a bien en qué momento se han fundido (“con-fundido”) para intercambiar sus esencias, implicaciones, contrapartes.




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