
Opinión José Antonio Rincón
La justicia debe ser pronta, expedita e imparcial, es el desiderátum constitucional.
Es común que de la tardanza en los juicios y más cuando se pierden se les eche la culpa a los jueces y hasta de vendidos se les acuse, sin más fundamento que el enojo de un perdido o la impericia del abogado.
La justicia debe ser pronta, expedita e imparcial, es el desiderátum constitucional.
Los que hacen las leyes deben saberlo, lo qué también deben saber es que la propia carta magna repele lo que se reforma en contra de los principios de autonomía e independencia judiciales.
A propósito de la prontitud, que no es velocidad sin razón, sino decisión después de una buena reflexión, permítaseme este personal relato: hace más de cuatro décadas pise por primera vez un juzgado para hacer méritos. Recién llegado del pueblo de Miguel Auza, fui destinado al juzgado segundo civil de Zacatecas a localizar expedientes en ese archivo polvoriento, desvencijado y a punto de caerse, era un cuarto pequeño muy alto del palacio de la mala noche, irónicamente casa de la justicia: lo único admirable que tenía eran sus balcones que regalaban una espléndida vista del majestuoso cerro de la Bufa, mientras por las tardes asistía a clases a nuestra querida escuela de derecho, por supuesto de la UAZ.
Me sorprendió que había unos voluminosos, viejos y descoloridos expedientes con vibrante vida litigiosa todavía, que tenían muchos más años que yo, que andaba apenas en mis veinte.
Les platico que todo eso de estudiar expedientes y hacer sentencias, el mundo de los abogados y de los jueces me encantó tanto que allí me quede a vivir por más de treinta años.
Al hojear esos viejos y polvosos expedientes que hacían estornudar, se daba uno cuenta de que los que iniciaron el pleito se había ido de este mundo hacía mucho tiempo, y era ya hasta una tercera generación la que continuaba las hostilidades, se ramifican en juicios de toda clase, como una metástasis imparable e interminable.
En cuanto a la prontitud, las leyes fijan plazos y términos para las distintas fases procesales que un juicio tiene.
Hay juicios que terminan en un día o en una semana, cuando nace el arreglo, que sería lo deseable, pero en casi todos los asuntos complejos eso se ve imposible y un juez no puede obligar a las partes a que lo acaben de esa forma.
Es práctica común de abogados hacer uso de medios de impugnación sin esperanzas de éxito, sino con la intención de entretener el asunto a veces por meses o hasta años, según sus intereses.
También la etapa de ejecución de sentencia en ocasiones se torna más tortuosa que las fases anteriores y dura años.
En ocasiones sí es culpa del juez que el juicio no avance; para esto hay medios para acudir a su superior y obligarlo a que cumpla en los plazos que da la ley.
Son esos algunos ejemplos de por qué algunos juicios duran mucho tiempo en ser resueltos y lo primero que puede decirse es que, como los abogados lo saben bien, con excepción de la tardanza en resolver, todos los demás casos, no son responsabilidad del juzgador.
Ese panorama nos puede asomar a los trámites de los juicios civiles para darnos cuenta que muchas veces no es posible terminarlos en los plazos y términos que marca la ley, porque todo impulso pertenece a las partes.
En un buen número de negocios las propias partes dejan el impulso o piden suspender el procedimiento porque en lo extrajudicial están en una especie de tregua o han llegado a un arreglo, lo que no rompe la prontitud, si lo que importa al interés público es que se solucione el conflicto.
Los asuntos en manos de un buen juez tienen remedio.
No es con un simple escrito, como propone la ministra Lenia Batres, como se arreglan los conflictos judiciales, ni los simples ni menos los complejos. Qué bueno que así fuera. Entonces no habría tribunales, ni jueces, ni nada de esas cosas de la justicia.
La constitución quiere para la gente justicia humana y de calidad y esa sólo puede venir de un buen juez, que por cierto no se hace en un día ni podrá ser producto de una elección, por muchos votos que coseche.
Un buen juez se forma no en las escuelas de leyes que dan el imprescindible título de licenciado en derecho, sino en la fragua de los tribunales, es decir, la carrera judicial que es un gran avance en los poderes judiciales.
En Zacatecas hay tradición de buenos jueces. Testimonios en el foro debe haber.
¿Serán echados a la calle o a competir en la arena electoral y tocar piedra con el poder político que luego le puede cobrar?
Son muchas las reflexiones que provoca la reforma que se cuece en el poder reformador de la constitución.
Y si el diablo está en los detalles, los transitorios son un buen ejemplo, pues por allí en uno de ellos se prohíben las interpretaciones. Ya para qué se estudiar hermenéutica jurídica, que es la ciencia de la interpretación.
En la vida todo es interpretable, casi es la tarea diaria de los jueces y en los ámbitos religiosos y académicos de estudios bíblicos la exégesis y la hermenéutica son fundamentales.
Y si a un juez le revisan sus sentencias no vía un medio de impugnación, sino porque hay un órgano creado para ello, yo no sé dónde andará la autonomía para juzgar, seguramente perdida buscando el voto popular.
Habrá que esperar mejores tiempos, aunque la justicia no espera, es tan eterna como el agua y el aire, dice Borges en el poema Fundación mítica de Buenos Aires y que tomo prestado por analogía, y que me perdone la ciencia de la hermenéutica y el transitorio de la reforma que prohíbe interpretar y hasta el excelso bate argentino.
Y mientras tanto, para alcanzar la codiciada mayoría, es posible que morena “haiga sido como haiga sido” ya haya cazado al senador número 86, o hasta a otro más y vaya usted a saber el tamaño de las presiones. Parece que no se necesitó que algún senador programara alguna cirugía o que se hospitalizara, de lo que ya dio ejemplo la diputada doña Olga Sánchez Cordero, antigua ministra y antes el entonces presidente, el inefable Vicente Fox que entró al quirófano para no pronunciarse sobre la guerra de Irak. Hasta el embajador gringo de la época le espetó que no pasa nada con decir que no, pero la cobardía es mala consejera y no se diga la traición.
La decisión se reduce a un monosílabo, dice Octavio Paz: sí o no. Y si no quiere un legislador decir si o no, entonces es un cobarde y miedoso.
Coletilla:
Lo dijo el clásico: cosas veredes, juez amigo, en esta transformación, que hasta elecciones anulan y eso es nomás por hablar, para que chille la libertad de expresión, a no ser una sorpresa de última hora y de infarto que escupa nuestra Sala Superior desde CDMX.