Oscilación latinoamericana

Gerardo Luna Tumoine.
Gerardo Luna Tumoine.

Este domingo 19 de junio Colombia tuvo unas elecciones históricas. Por primera vez en su biografía nacional el gobierno dio un viraje hacia la izquierda progresista. Por decisión democrática fue elegido Gustavo Petro, exguerrillero y activista por los acuerdos de paz reconvertido en político. La agenda de Petro, más socialista o ya digamos marxista (que … Leer más

Este domingo 19 de junio Colombia tuvo unas elecciones históricas. Por primera vez en su biografía nacional el gobierno dio un viraje hacia la izquierda progresista. Por decisión democrática fue elegido Gustavo Petro, exguerrillero y activista por los acuerdos de paz reconvertido en político. La agenda de Petro, más socialista o ya digamos marxista (que no necesariamente es lo mismo por más que los simplificadores del espectro político así lo quieran ver), es una agenda progresista. Indigenismo, feminismo, ambientalismo y otras luchas identitarias conforman la plataforma política del próximo gobierno colombiano.

Esta elección se suma al retorno del MAS en Bolivia, la elección de Boric en Chile y la inminente victoria de Lula en Brasil. ¿Qué nos dice este giro a la izquierda latinoamericana que está renaciendo? Pues si me apresuran este es la respuesta a los autoritarismos tecnócratas y conservadores de la derecha latina.

Bolsonaro, Piñera, Añez y Duque fueron claros enemigos de la progresividad de derechos humanos, lo cual llevó a sus países a alcanzar masas críticas contra ellos y la inmovilidad de un sistema que no entendía de garantías, derechos y dignidad humana.

Pero ¿Qué representan estos nombres y de los cuales hay resonancias autoritarias en otros puntos del globo? Sus discursos excitan las pasiones de las masas en contra de una clase política de siempre, a la que culpan de los problemas actuales de la sociedad. Se plantean a sí mismos como ajenos al establishment político (por más que sigan siendo parte de una elite), dispuestos a derrocar a las élites a las que pertenecen del poder para gobernar según la voluntad del pueblo. Prometen resolver esos problemas con soluciones sencillas que dependen de la fuerza de voluntad del gobernante.

Son ferozmente nacionalistas y xenófobos: están en contra de la inmigración y temen que la cultura de sus naciones esté en peligro por las influencias extranjeras. Están en contra de la integración global y a favor de un aislacionismo que permita a cada estado-nación regirse a sí mismo libre de instituciones supranacionales como la ONU o la Unión Europea. En Occidente predican el miedo a los diferente y advierten que Europa y América se están degenerando. En ocasiones son abiertamente racistas y predican la supremacía blanca. Es resto del tiempo, lo son veladamente.

En general son tradicionalistas y están en contra del feminismo, el multiculturalismo y los movimientos LGTBQ+. Alimentan fantasías conspiratorias acerca de que la ideología de género, el marxismo cultural y la corrección política amenazan con destruir el estilo de vida de Occidente (aunque sus definiciones de esos tres conceptos suelen ser ambiguas y ad hoc). En ocasiones esas posturas tienen sus raíces en el fundamentalismo religioso.

También predican el antiintelectualismo y el pseudointelectualismo; denuestan a los intelectuales y a los universitarios y desprecian todo conocimiento científico que no sea compatible con sus ideologías. A menudo niegan el cambio climático e incluso la evolución. Desconfían de los medios de comunicación mainstream y en cambio se apoyan de medios de dudosa reputación (por decir lo menos).

Pero ante este aterrador panorama, el deseo de un mundo más justo y equitativo se impone. Los jóvenes de diferentes naciones latinoamericanas salieron a las calles para exigir su lugar como protagonistas de la historia. Y la forma que tenemos de apoyar estas luchas desde nuestro rincón del planeta es trabajar para que los derechos humanos sigan avanzando.




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