
Sigifredo Noriega Barceló.
La Palabra de Dios habla de oración antes de decidir la acción a realizar.
“Pidan y se les dará”
Lucas 11, 1-13
¿Sirve de algo la oración para parar los balazos? ¿Por qué no actuar ya?, han sido preguntas que han surgido en momentos de apremio cuando la urgencia de contener el derramamiento de sangre se impone. Los obispos de México -cuando ha sido necesario- hemos decidido llamar primero a la oración para que la invitación a la acción salga desde el fondo de la fe en Cristo y no se contamine ‘con otras intenciones’.
En los tiempos que vivimos, hablamos de escucha y encuentro, discernimiento y decisiones consensuadas.
La Palabra de Dios habla de oración antes de decidir la acción a realizar.
Abraham platicaba con Dios sobre los asuntos urgentes e importantes para el pueblo; fue modelo de oración y acción para muchos creyentes israelitas. La liturgia propone este bello pasaje en la primera lectura para disponernos a la novedad del Evangelio que ilumina cómo debe ser la oración que activa al discípulo en situaciones de amenazas y violencias.
En la gran catequesis de Lucas se instruye al seguidor de Jesús sobre la forma de orar. Los primeros discípulos conocían solamente la forma de orar de Juan Bautista y aceptaban que no era suficiente. De ahí la petición a Jesús cuando van conociendo la novedad del Reino de Dios y sus implicaciones.
La oración de Jesús es diferente a la de Juan en su fin y en su forma. Cuando Jesús ora “venga tu reino” está pidiendo que toda la historia alcance su plenitud, que el largo camino de la humanidad culmine bien. Por esta razón, en torno al deseo del Reino se estructura la oración de Jesús, su predicación y toda su vida.
El modo de orar de Jesús tiene tres notas que no deben faltar: la urgencia, la insistencia y la confianza; todas tienen que ver con la venida del Reino de Dios. La urgencia manifiesta que el pan que sacia el hambre de plenitud en el mañana ya es dado en la necesidad de hoy. La insistencia tiene como motor la confianza: el Padre “se levantará” raudo para socorrer la más mínima necesidad de sus hijos. La oración debe ser confiada: Dios es generoso, no tacaño; no hay que arrancarle las cosas a base de peticiones prolongadas como si Él estuviera sordo; él da todo, hasta el Espíritu Santo.
Orar, pedir, es una manera de comprendernos ante Dios, una forma lúcida de sabernos en la dinámica del Reino, un modo óptimo de recordarnos cada día la inagotable generosidad de Dios.
La mejor pedagogía para aplicar el “enséñanos a orar” es la que nos anima, ilusiona y compromete en la construcción del Reino de Dios. Los grandes deseos de justicia, paz, verdad, solidaridad, gozo y plenitud han de tener traducciones concretas en las obras de misericordia, la reconciliación y el trabajo conjunto por la paz que tanto anhelamos. Oración y acción van de la mano.