Logo Al Dialogo
Opinión

Obligados a ser iconoclastas

Obligados a ser iconoclastas

Nuestro devenir se sitúa entre la preservación-transmisión de legados y las rupturas que se hagan necesarias. Debemos ser al tiempo tradicionales e iconoclastas, y mantener el equilibrio entre las olas que levanta la tensión resultante.

Simitrio Quezada
|
7 de agosto 2025

Frente a legisladores estadunidenses contemporáneos, el presidente Abraham Lincoln declaró: “Los dogmas del quieto pasado resultan inadecuados para el presente tempestuoso. La ocasión es una montaña de dificultades, y debemos crecer con la circunstancia. Como nuestro caso es nuevo, tenemos que pensar de forma nueva y actuar de forma nueva”.

Aunque surgida en medio de una circunstancia específica ―la necesaria reconciliación entre norte y sur de Estados Unidos―, la consigna del considerado mejor presidente estadunidense cobra permanencia en cualquier época y nación: somos agentes y objetos de evolución. Lo único que no varía en los humanos es la necesidad de cambios, adaptaciones.

Nuestro devenir se sitúa entre la preservación-transmisión de legados y las rupturas que se hagan necesarias. Debemos ser al tiempo tradicionales e iconoclastas, y mantener el equilibrio entre las olas que levanta la tensión resultante.

Se parte de lo legado para (aunque sea herencia de nuestros padres y abuelos) atrevernos a criticarlo y transformarlo, incluso negarlo o, de plano, derribarlo. Debemos utilizar una criba cultural, de nuestra época, para literalmente discernir los conocimientos, actitudes, habilidades y valores que sí aportan validez y riqueza a nuestro momento histórico. En un momento determinado, debemos también ser conscientes del cambio de criba.

Entendida en el contexto religioso como destitución y/o destrucción de imágenes en los templos para que no fueran adoradas más, la Iconoclasia implicó la exigencia de un cambio de paradigmas, lo que en el siglo VIII terminó por separar a los cristianos de Bizancio de los carolingios o latinos. Llama la atención la radicalidad de la postura, el celo tanto en iconoclastas que temen caer en idolatría como a los antiiconoclastas, llamados por la Historia iconódulos, que insisten en atarse a algo material para creer mejor en lo espiritual.

Este episodio en la Historia, singular porque detalla una de las primeras fricciones entre Oriente y Occidente, marca en otros ámbitos el carácter impulsivo de quien arrastra a su entorno los cambios. Desde entonces, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua reconoce, como segunda acepción de iconoclasta: “Se dice de quien niega y rechaza la merecida autoridad de maestros, normas y modelos”.

Para sobrevivir debemos emular a los grandes, pero aniquilando también ―de lo hecho por ellos― lo que sí nos es obsoleto. Para vivir debemos matar. Para perfeccionarnos debemos incluso ser parricidas. Aun así, nuestras revoluciones no deben ir contra personas, sino contra mecanismos y paradigmas que obstaculizan, dificultan o son innecesarios en nuestros cambios ineludibles.

En el ámbito educativo, podemos aplicar esta distinción para definir mejor a quienes insisten en provocar a ultranza el avance del conocimiento, destituyendo todo conductismo o verticalidad en los modelos tradicionales de generación y apropiación de contenidos, que al tiempo son legados.

Podemos amar el vigor de la iconoclasia cuando nosotros podemos esgrimirla, pero cuando ella amenaza con tumbar nuestros muros ―aunque opresores, los únicos que nos han rodeado―, no nos agrada que sean otros los iconoclastas.

Con todo, nos urgen docentes así, políticos así, funcionarios así, y sobre todo ciudadanos así de iconoclastas.

reproductor
Tik tak zac S.A. de C.V.- De no existir previa autorización por escrito, queda expresamente prohibida la publicación, retransmisión, edición y cualquier otro uso de los contenidos de este portal.