¿Nos donan un libro sobre Alzheimer?

En la mañana de este miércoles, mientras estacionaba mi coche frente a la biblioteca central municipal de Fresnillo, se me acercó una señora de unos 60 años. De anteojos gruesos y con blusa y suéter blancos, me preguntó si en la biblioteca pública tenemos el libro “Cuando el día tiene 36 horas”, de Nancy Mace … Leer más

En la mañana de este miércoles, mientras estacionaba mi coche frente a la biblioteca central municipal de Fresnillo, se me acercó una señora de unos 60 años. De anteojos gruesos y con blusa y suéter blancos, me preguntó si en la biblioteca pública tenemos el libro “Cuando el día tiene 36 horas”, de Nancy Mace y Peter Ravins.

Por lo que comenzó a platicarme, supe que el volumen es una guía para apoyar a personas que padecen Alzheimer. Agregó que el médico que atendía a su familiar afectado (nunca supe si marido, papá o hermano) había sido quien le recomendó el libro.

Una biblioteca pública es, por esencia, un centro de servicio público; un “repositorio” (que conste que no me gusta el verbo “reposar” aplicado a un libro) de publicaciones tradicionalmente impresas para prestar dentro y fuera de su instalación. La biblioteca es institución democrática, destinada a ser muy generosa.

Ya la otra vez enfatizaba yo sobre la necesidad de actualizar sus acervos, con miras a “sintonizar” su oferta con lo que nuestros jóvenes, adolescentes, niños y adultos están leyendo o buscando.

Una biblioteca pública debería proveer esos libros prácticos que recomiendan médicos, entrenadores, ministros de culto, abogados, padres y abuelos, incluso conferencistas y motivadores.

Por eso es tan importante que las sociedades vean a la donación de libros a la biblioteca pública como una práctica periódica. Más que donar lo que ya se leyó o lo que de plano estorba en casa, deberíamos enfatizar en la donación como un servicio social desde lo particular. Deberíamos hacer conciencia de que, si en la biblioteca más cercana a mi casa no tienen determinado libro que pudiera ayudar a muchos, entonces yo podría comprarlo para que se pusiera a disposición de la comunidad.

Lamenté y lamento aún que, después de haber entrado a la Sala General de la biblioteca más grande de Fresnillo, no encontré en el fichero registro alguno de ese libro “Cuando el día tiene 36 horas”. Ahora busco, entre los gobernantes, el recurso económico para conseguirlo; y, entre los integrantes de la comunidad, a quien de plano quiera donarlo para esa señora y muchas otras personas más que lo necesiten.




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