
Todo proyecto del sexenio corre el riesgo de ser abandonado o desechado en la siguiente administración.
En nuestro país, “sexenio” es palabra muy unida al campo semántico de las administraciones políticas. El hombre del sexenio es el gobernante en turno: impositor de modas, códigos, lemas e incluso modos de pensar, de aplaudir y de censurar. El poder del sexenio es algo impactante en su principio, aunque sujeto a una erosión gradual. Generalmente, a partir del cuarto año el potentado comienza a perder brillo e incluso, junto con los más aduladores de su equipo, empieza a mostrar desesperación. Repito: el poder del sexenio es algo impactante en su principio, pero no deja de ser efímero, limitado, transitorio, superable e incluso olvidable.
“Sexenio” resulta palabra que en política y gobierno define un universo limitado, con sus propias reglas, modas, frases y dominios. También, con sus propios héroes y villanos, filias y linchamientos. Ya escribí sobre el hombre y el poder del sexenio, y ahora paso a algo mucho más desechable: el proyecto del sexenio.
Todo proyecto del sexenio corre el riesgo de ser abandonado o desechado en la siguiente administración. Tan grandes nos creemos y en realidad tan dispensables somos, que en cada período gubernamental en nuestro país y nuestras entidades agregamos un sufijo “ismo” al apellido o nombre del gobernante para convertirlo en “corriente política”; cuando es realidad su esencia se acerca más al mero caudillismo: pamanismo, cervantismo, romismo, monrealismo, amalismo, alonsismo, tellismo. Acaso es la tendencia por diferenciar e incluso ubicarnos como parte de un equipo (o al menos de una estabilidad laboral).
El gran riesgo, insisto, es que el proyecto de un sexenio puede ser desechado o incluso desmantelado en el siguiente período no necesariamente en función de los aportes que ha buscado, sino a veces sólo por su etiqueta: “es un proyecto romista y ahora estamos con Ricardo”, “es algo que impulsó el amalismo, pero ahora vivimos en el alonsismo”.
Apliquemos al ámbito local y contemporáneo el razonamiento de Fuentes: parece que en Zacatecas las más recientes generaciones no hemos construido para la eternidad, sino para el sexenio en el que nos movemos o en el que tenemos poder. De poco sirve, en efecto, que un gobernante plantee un proyecto a veinticinco años, si el sucesor lo desecha a las primeras de cambio.
Esto aplica también en ámbitos menores: por ejemplo, yo pude haber trabajado por un proyecto de largo plazo en Ecología o Desarrollo Económico o Deportes o Bibliotecas, y mi sucesor o sucesora puede permitir que lo hecho se caiga poco a poco.
No podemos seguir diciendo que trabajamos por Zacatecas, pero el Zacatecas de Amalia o el de Miguel o el de Alejandro Tello. Dejemos de construir para el sexenio y volvamos a construir, si no para la eternidad, para un período que sí alcance a garantizar bienestar para nuestros hijos, nietos y bisnietos.
Trabajemos no por el Zacatecas del siglo 21, sino también el del 22. Hagamos la inmadurez política a un lado: minimicemos los “ismos” y demos lo mejor de nosotros, por el bien de las próximas tres o cuatro generaciones que pisen esta tierra.