Hospitalidad y distinción

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A la Sra. Altagracia, Sr Rito (QEPD), sus hijos Olga y Adán, con gratitud y afecto. “Recuerde que hoy está invitado a cenar con nosotros, maestro”. Declaró evocando compromiso contraído, aquella escolar de doce años, pero también con intención de refrendarlo, para asegurar la realización del evento. Era una niña “de las de sexto”, en la … Leer más

A la Sra. Altagracia, Sr Rito (QEPD), sus hijos Olga y Adán, con gratitud y afecto.

“Recuerde que hoy está invitado a cenar con nosotros, maestro”. Declaró evocando compromiso contraído, aquella escolar de doce años, pero también con intención de refrendarlo, para asegurar la realización del evento.

Era una niña “de las de sexto”, en la escuela donde un profesor de reciente ingreso trabajaba con los niños del primer grado.

Días antes, a la hora del recreo lo abordó de parte de sus padres. El joven aceptó superficialmente, pero guardó la pretensión de verificar el comunicado, lo cual, por estar atrapado en la preparación de las clases, reconocer las circunstancias específicas de sus alumnos, del contexto cercano a ellos, buscando la parentela en los grados superiores, realizando visitas a los hogares de los pequeños que advirtió necesidad de reforzamiento por parte de sus tutores, actividades que fueron consumiendo su disponibilidad de tiempo para cumplir lo pretendido.

No quería ir suponiendo que representaría un esfuerzo económico importante en la familia y él no deseaba desequilibrar el gasto de la precaria despensa familiar, pero el conflicto luchaba  contra la distinción realizada exprofeso a su persona, pues en su centro de trabajo había otros colegas que no fueron distinguidos por un estímulo semejante.

Cena caliente a base de frijoles guisados con manteca y “huevo de gallo-gallina” (huevo de gallina de rancho) revuelto, un vaso de café aromático y humeante, que recordaba al saboreado en casa de la abuela, tortillas de maíz, colocadas en una servilleta inmaculadamente blanca, ubicada al centro de la mesa. Esto, sumado al trato cortés, amable, cálido y el olor de la leña crepitante en la chimenea. La luz tenue de un foco con bajo voltaje (para ahorrar energía eléctrica), una charla amenaza, comentando las situaciones ordinarias de sus actividades y referidas a enterarse si el profesor estaba a gusto en esa comunidad.

Sarita, una nieta, quiso mostrar a la pequeña Eunice las letras de una lata de leche… “ Mira, aquí dice ‘Carnation’ “, deletreando una a una consonantes y vocales.

“¿Verdad que sí, papá?”, dirigiéndose a Don Nazario, el cual pacientemente sentenció: “se dice ‘carneishion’, porque es una palabra del idioma inglés”.

De inmediato sus semblantes buscaron la aprobación del docente, el cual sonrió afirmativo.

Terminada la sobremesa, Doña Altagracia y Don Rito, seguidos de Olga, acompañaron al maestro hasta el cercado de la casa, cruzando el pequeño patio frente a la cocina, el jefe de la casa agradeció la atención de la visita y la señora, con una entonación de respeto profundo, análogo a una reverencia dijo: “Maestro, ésta es su casa, humilde pero siempre encontrará cariño y amistad, así como frijoles, tortillas y café”.

La ocasión fue motivo de profundas y largas meditaciones en el mentor. Se comprobaba el corazón generoso de quienes tienen muy poco (en lo material), pero una gran riqueza (en lo espiritual) y están dispuestos permanentemente a compartir con quienes contribuyan en la atención y formación de sus pupilos.




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