Extravío ingenuo

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El sobresalto quizá fue leve, comparado con aquel vacío en el estómago que sintió en ayunas, el cual no era por falta de alimento, ni por la desvelada del viaje en ferrocarril o el frío del lugar en esa madrugada… Concertado de la charla que tenía con algunas alumnas empezó la preocupación. “Búsquenlos, deben andar … Leer más

El sobresalto quizá fue leve, comparado con aquel vacío en el estómago que sintió en ayunas, el cual no era por falta de alimento, ni por la desvelada del viaje en ferrocarril o el frío del lugar en esa madrugada…

Concertado de la charla que tenía con algunas alumnas empezó la preocupación. “Búsquenlos, deben andar por ahí en los andenes” instruyó el profesor, conteniendo la sospecha de que anduvieron entre las vías.

Permanecían en la estación, esperando la claridad del día para caminar a la Plaza de Armas de la capital del Estado, donde podrían abordar el autobús que los transportaría por diversos lugares de la ciudad, conforme al itinerario de aquel esperado viaje de estudios.

Habían viajado de su comunidad de origen durante una hora en una camioneta de redilas, esperado el tren hasta la media noche y viajado en él las últimas cinco horas. Hasta ese momento todo había transcurrido sin dificultad alguna. A cargo de una treintena de escolares iba él, apoyado por una colega y don Manuel Valero, tutor de una alumna y representante de la Asociación de Padres de Familia de la escuela.

Con la ayuda de los alumnos organizados en pareja, fueron ampliando el radio de búsqueda de sus condiscípulos… los minutos transcurrían y se aproximaba con rapidez la hora de la cita para abordar el transporte en el sitio acordado anticipadamente.

No aparecían Felipe y Moisés. Pretendiendo conservar la calma y ocultando sus emociones, el maestro definió una opción: pidió a Don Manuel permanecer en aquel lugar por unos minutos más, en espera de que regresaran estos muchachos. Le proporcionó dinero suficiente para pagar un taxi y los alcanzaran en alguna parte del recorrido planeado, así como instrucciones para una llamada telefónica a la oficina de Gobierno dónde informar, cada media hora.

Caminar por espacio de veinte minutos hasta el punto convenido incrementó gradualmente el temor de que esos alumnos se hubieran perdido involuntariamente en esa ciudad, inmensamente mayor a la comunidad donde vivían.

Intentó hacer tiempo volteando atrás para ver, imaginando al taxi que los alcanzaba salvos, pero no sucedió…

Apenas un par de minutos después se les vio llegar tranquilos, despreocupados, alegres y en animada charla incorporándose al contingente, recibiendo la consabida llamada de atención del mentor.

Sin malicia alguna, pero quizá con expresiones de ironía, sus compañeros comentaban  incrédulos su falta de conocimiento para usar el sanitario y por esa razón prefirieron “buscar monte”.

Pasaron años para que el docente superara ese episodio, aunque pesó demasiado la sensación de peligro y las consecuencias fatales de haberse extraviado. Más aún cuando se enteró de otras tragedias reales acontecidas en viajes de estudiantes.

Los alumnos inquietos desaparecen con facilidad de la vigilancia, en un abrir y cerrar de ojos. Esto lo saben quienes tratan frecuentemente con niños y asumen riesgos extremando precauciones, porque para algunos alumnos es su única oportunidad de viajar.




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